Pues yo fui gallego un día,
nací en Vigo por deporte
pero perdí pronto el norte
y me vine a Andalucía.
Yo entonces no lo sabía
pero mi acento era extraño
e insertado en el rebaño
era una exótica oveja;
al ser carne de colleja
perdí el acento en un año.
Era un muchacho precioso
aunque parezca mentira;
sí, ya sé que el que me mira
hoy día me ve horroroso.
El caso es que fue gracioso
que al hacer la Comunión
la hostia me hizo reacción
y no me sentó muy bien,
se vio afectado algún gen
y tuve una mutación.
Fue salir el sacerdote
y crecerme la nariz
y aparecerme un tapiz
de pelillo en el bigote.
Parecía un monigote
con unas gafas ahumadas,
las greñas alborotadas
y el cuajo preadolescente,
un mocoso repelente
con las hormonas turbadas.
Mis problemas con las chicas
dieron comienzo muy pronto;
a veces te sientes tonto
y a veces no te lo explicas.
Abandonas las canicas
por las trenzas y el carmín,
te metes en un jardín
y aprendes que las coletas
tiran más que dos carretas
y es el principio del fin.
Así que en el instituto
esclavo de las hormonas
las chicas eran muy monas,
y yo un niñato absoluto.
Intentaba ser astuto,
compensar mi estupidez
y me comía una hez
con tenedor y cuchillo
cuando me hacía el listillo
una, y otra, y otra vez
Agarrado a una guitarra
asimilé un par de acordes;
me dijeron cuatro bordes
"¡No nos des más la tabarra!"
Con mi pinta de macarra
y los arpegios al viento
yo blandía mi instrumento
hasta que fui denunciado
y recibí del juzgado
orden de silenciamiento.
Yo quise ser cantautor
y escribí muchas canciones
y me comí dos mojones
con cuchillo y tenedor.
No es que supieran mejor
pero se ve más higiénico;
no llegué a ser ecuménico,
ni salí de la ciudad,
porque la cruel realidad
es que sufro miedo escénico.
La presión me atenazaba
y me atrofiaba esa fobia;
y en esto, dijo mi novia,
que conmigo se casaba.
Lo dijo así, por las bravas,
y puso fecha al evento,
por lo tanto el casamiento
tenía fijado el día:
daba igual si yo quería,
porque era un simple ornamento.
Pensaba que siendo agnóstico
una boda por la iglesia
impuesta, sin anestesia,
tenía muy mal pronóstico.
Y acerté con el diagnóstico,
pero eso vino después;
yo zurcido del revés
condenado y prisionero
le concedí su "sí, quiero"
y ella me dio dos bebés.
Había tarifa plana
y yo no estaba advertido:
ser buen padre y buen marido
era decir "sí, bwana".
Como no me dio la gana
le dije que yo, ni muerto,
el barco no llegó a puerto
y al fin se rompió la cuerda
y yo, me comí una mierda
como siempre, con cubierto.
Y empecé a escribir relatos
y a rodar cortometrajes,
inventando personajes
en horarios insensatos.
Me leyeron cuatro gatos;
fui tan pelma que al final
se rebeló el personal
incluso dijeron: ¡Basta!
no seas más cineasta
por nuestra salud mental.
Luego, un amor a medida
y, juro en mi testimonio,
que le pedí matrimonio,
por una vez en mi vida.
Mi princesa prometida,
con ojos verde esmeralda
con aquella minifalda
y aquel corazón gigante
que me amó por un instante
y luego me dio la espalda.
En un castillo maltrecho
y en plena genuflexión
le ofrecí mi corazón
recién sacado del pecho.
No tuve suerte y, de hecho
aunque el pecho me lo abrí,
a tajo de bisturí
en cuantito que lo vio
nunca me dijo que no
pero tampoco que sí.
Y así se marchó mi amor
y de aquello ¿quién se acuerda?
Pues yo me comí otra mierda
con cuchillo y tenedor.
Te acostumbras al hedor
y le coges el gustillo.
Al menos me ahorré un anillo
y pasar por otra boda.
Me pedí un whiskey sin soda
y me fumé un cigarrillo...
Y empecé a escribir sonetos
cual si no hubiera un mañana,
y mi condición humana
dejó de tener secretos.
Más, por estos vericuetos
también tuve alguna queja;
les salían por la oreja
a todo el que me leía
y hasta alguno me decía:
a ver si te echas pareja.
Y aquí me ven con mi rima
el la décima postrera
porque alguno ya quisiera
que baje de la tarima.
He derramado aquí encima
mi poética y mi ardor,
mi paradoja interior,
mi victoria y mi fracaso,
y aquí traigo, por si acaso,
mi cuchillo y tenedor.