viernes, febrero 03, 2023

Vida y obra de un melancolico anónimo

 Pues yo fui gallego un día, 

nací en Vigo por deporte

pero perdí pronto el norte

y me vine a Andalucía. 

Yo entonces no lo sabía 

pero mi acento era extraño

e insertado en el rebaño

era una exótica oveja;

al ser carne de colleja

perdí el acento en un año.


Era un muchacho precioso

aunque parezca mentira;

sí, ya sé que el que me mira

hoy día me ve horroroso.

El caso es que fue gracioso

que al hacer la Comunión 

la hostia me hizo reacción

y no me sentó muy bien,

se vio afectado algún gen

y tuve una mutación.


Fue salir el sacerdote

y crecerme la nariz

y aparecerme un tapiz

de pelillo en el bigote.

Parecía un monigote

con unas gafas ahumadas,

las greñas alborotadas

y el cuajo preadolescente,

un mocoso repelente

con las hormonas turbadas.


Mis problemas con las chicas

dieron comienzo muy pronto;

a veces te sientes tonto

y a veces no te lo explicas.

Abandonas las canicas

por las trenzas y el carmín,

te metes en un jardín

y aprendes que las coletas

tiran más que dos carretas

y es el principio del fin.


Así que en el instituto

esclavo de las hormonas 

las chicas eran muy monas,

 y yo un niñato absoluto.

Intentaba ser astuto,

compensar mi estupidez

y me comía una hez

con tenedor y cuchillo

cuando me hacía el listillo

una, y otra, y otra vez


Agarrado a una guitarra

asimilé un par de acordes;

me dijeron cuatro bordes

"¡No nos des más la tabarra!"

Con mi pinta de macarra

y los arpegios al viento

yo blandía mi instrumento

hasta que fui denunciado

y recibí del juzgado

orden de silenciamiento.


Yo quise ser cantautor

y escribí muchas canciones

y me comí dos mojones

con cuchillo y tenedor. 

No es que supieran mejor

pero se ve más higiénico;

no llegué a ser ecuménico,

ni salí de la ciudad,

porque la cruel realidad

es que sufro miedo escénico.


La presión me atenazaba

y me atrofiaba esa fobia;

y en esto, dijo mi novia,

que conmigo se casaba.

Lo dijo así, por las bravas,

y puso fecha al evento,

por lo tanto el casamiento

tenía fijado el día:

daba igual si yo quería,

porque era un simple ornamento.


Pensaba que siendo agnóstico

una boda por la iglesia

impuesta, sin anestesia,

tenía muy mal pronóstico.

Y acerté con el diagnóstico,

pero eso vino después;

yo zurcido del revés

condenado y prisionero

le concedí su "sí, quiero"

y ella me dio dos bebés.


Había tarifa plana

y yo no estaba advertido:

ser buen padre y buen marido

era decir "sí, bwana".

Como no me dio la gana

le dije que yo, ni muerto,

el barco no llegó a puerto

y al fin se rompió la cuerda

y yo, me comí una mierda

como siempre, con cubierto.


Y empecé a escribir relatos

y a rodar cortometrajes,

inventando personajes

en horarios insensatos.

Me leyeron cuatro gatos;

fui tan pelma que al final

se rebeló el personal

incluso dijeron: ¡Basta!

no seas más cineasta

por nuestra salud mental.


Luego, un amor a medida

y, juro en mi testimonio,

que le pedí matrimonio,

por una vez en mi vida.

Mi princesa prometida,

con ojos verde esmeralda

con aquella minifalda

y aquel corazón gigante

que me amó por un instante

y luego me dio la espalda.


En un castillo maltrecho

y en plena genuflexión

le ofrecí mi corazón

recién sacado del pecho.

No tuve suerte y, de hecho

aunque el pecho me lo abrí,

a tajo de bisturí

en cuantito que lo vio

nunca me dijo que no

pero tampoco que sí.


Y así se marchó mi amor

y de aquello ¿quién se acuerda?

Pues yo me comí otra mierda

con cuchillo y tenedor.

Te acostumbras al hedor

y le coges el gustillo.

Al menos me ahorré un anillo

y pasar por otra boda.

Me pedí un whiskey sin soda

y me fumé un cigarrillo...


Y empecé a escribir sonetos

cual si no hubiera un mañana,

y mi condición humana

dejó de tener secretos.

Más, por estos vericuetos

también tuve alguna queja;

les salían por la oreja

a todo el que me leía

y hasta alguno me decía:

a ver si te echas pareja.


Y aquí me ven con mi rima

el la décima postrera

porque alguno ya quisiera

que baje de la tarima.

He derramado aquí encima

mi poética y mi ardor,

mi paradoja interior,

mi victoria y mi fracaso,

y aquí traigo, por si acaso, 

mi cuchillo y tenedor.