Aurora Boreal
— ¡Qué más quisieras tú posar para los mejores como posé yo!
Y esto era lo más bonito que Aurora Boreal le podía dedicar a su cuidadora, Jessica, una joven tan atractiva como desafortunada en la vida.
Aurora agarraba el pulsador del timbre hasta quemarlo, exigiendo a Jessica inmediatez, perfección, admiración y servilismo las veinticuatro horas del día.
Últimamente Aurora había acompañado al cementerio a sus escasas amigas (las pocas que aún le aguantaban) y carecía de parentela o descendencia.
—¡El té está frío, inútil! ¡He esperado cinco minutos y no te pago para esperar!
Jessica, madre soltera, huérfana desde los cuatro años y sin formación, necesitaba el empleo y no rechistaba a pesar de las humillaciones.
Un día, Aurora reveló algo que había mantenido en secreto.
—Eres una piojosa inmunda—le dijo a Jessica con mueca de asco — ¡Ojalá te murieras! En realidad a ti te valgo más muerta que viva.
Aquellas palabra retumbaron varios días en la cabeza de Jessica.
Y en un inesperado golpe del destino, una mañana Aurora Boreal, al agarrar el pulsador, lo que encontró fue la cola de una serpiente cascabel. La mordedura del vipérido fue letal y Jessica resultó ser la heredera universal
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