- Ponme un cuarto de
kilo de boquerones – pidió el hombre de la camiseta de dibujos
animados cuando llegó su turno en la pescadería. Era el último
antes de cerrar.
La pescadera era una
chica joven, de unos 30 años mal cumplidos. Alargó su mano
izquierda para coger un puñado de boquerones y meterlos en una bolsa
de plástico. Al hacerlo, el cliente pudo ver en su mano un pequeño
tatuaje. Se trataba de dos pequeñas líneas en paralelo, muy
cercanas entre sí, en el dorso de la mano y perpendiculares a los
dedos. Descubrió que en la derecha tenía uno idéntico. Sintió
curiosidad.
- ¿Algo más? -
preguntó la chica mientras anudaba la bolsa.
- Sí, quiero algo
más – respondió el cliente, haciendo una pausa misteriosa
rematada con una sonrisa.
La chica levantó
las cejas, en un gesto inquisitivo.
- Quiero saber lo
que significan los tatuajes de tus manos, si no te importa decírmelo,
claro – concluyó.
Ella sonrió con un
seco “ja”, intentando averiguar si aquel hombre con Micky Mouse
en la camiseta hablaba en serio o se estaba burlando de ella. Tendría
unos 40 años y no era especialmente llamativo en ningún aspecto,
salvo en la viva curiosidad de su mirada.
- ¿Y para qué
quieres saberlo? - preguntó por fin la pescadera, poniendo la mano
izquierda en la cadera en gesto retador
El cliente sonrió
abiertamente y con cierto cinismo respondió:
- Es para una
encuesta
La chica lo miró
detenidamente, calibrándole durante unos segundo y, finalmente,
extendió la mano derecha agarrando la bolsa de boquerones y dijo:
- Un euro, treinta.
En quince minutos en el bar de enfrente. Me invitas a una cerveza. Si
quieres. Y si no te quedas sin saberlo.
- A sus órdenes, mi
sargenta. ¿Te pido tapa?
- La cerveza es
suficiente, gracias.
Él la esperaba
sentado en una de las mesas del interior con dos espumosas cervezas.
Ella llegó, tomó asiento frente a él, se acodó en la mesa y
preguntó:
- A ver, ¿a qué
viene esa curiosidad?
- El conjunto me ha
llamado la atención. Me has parecido atractiva y he pensado que esos
tatuajes pretendían decir algo. Y como yo soy muy curioso, no he
podido evitar el querer averiguar lo que tienen que decir –
respondió, ofreciendo su jarra para un brindis.
Ella correspondió
con fingida desgana.
- Tienes un morro
que te lo pisas. - brindó y, seguidamente, añadió – Sí, tienen
un significado, pero no es nada del otro mundo.
- Y ¿me lo puedes
contar?
Ella asintió y
cubrió sus ojos con sus manos. De esta manera, las líneas tatuadas
mostraban un signo “=”.
- Cuando llego a un
límite en el que no puedo más y todo me da igual, cuando cubro mis
ojos para que no se me vea llorar…. - reveló y, deteniéndose un
instante, cruzó los brazos depositando las manos sobre los hombros,
abrazándose y, de ese modo, mostrando las líneas tatuadas como un
signo “||”, de pausa. Prosiguió. - hago una pausa para quererme
un poco y me abrazo a mí misma.
Él la miró con
detenimiento y, sonriendo, preguntó:
- Y… esa pausa de
tus manos… ¿no se muestra del mismo modo cuando abrazas a alguien?
- No lo sé, hace
mucho que no me abraza nadie.
- Deberíamos
probar.
- Huelo a pescado.
- Me encanta el
pescado.