domingo, mayo 14, 2017

Más allá de la muerte

- Te perseguiré más allá de la muerte.

La muerte. Una liberación o una condena, según se mire. O según se viva.

Pensó que el volantazo iba a poner fin a la culpa. Que ya sin latidos no habría obstáculo para descansar. Quizá no sería sumirse en el sueño que hacía un año le había abandonado pero, de alguna manera, cesaría el dolor.

Pero no fue así.

El impacto a 140 kilómetros por hora fue una metáfora de su vida. Lanzado al éxito, estaba considerado a los treinta y cinco años el mejor neurocirujano del país. Pisaba el acelerador y decidió escribir un manual sobre cómo estrellar tu vida contra un muro. De cien a cero en un segundo.
Para ello, basta follarte a tu abogada y que tu esposa descubra el engaño. Añade una pizca de venganza de ella, que inventó y escenificó abusos a su pequeña hija de cinco años para interponer una orden de alejamiento. Se mezcla bien con los problemas financieros que suponen la pérdida de patrimonio y el pago de pensiones y se agita el aumento de horas de guardia con bastante alcohol.

Podría haber sido suficiente, pero ¿por qué frenar antes del impacto?

La cafetería de personal del hospital no servía alcohol y él frecuentaba la del público. Uno de los camareros le llenaba de ginebra una botella de agua mineral, agradecido por un favor personal.

Un hombre de pelo blanco y barba descuidada les observaba. Se había mantenido absorto en el movimiento de la cucharilla de su propio café cuando le llamó la atención de un miembro del personal, con uniforme verde. Vio como intentaba disimular, cómo el camarero le entregaba la botella de plástico y cómo el sanitario pagaba veinte euros por ella sin recibir cambio. Coincidieron en la puerta y casi chocan en la puerta. La cercanía permitió al observador percibir el aliento alcohólico del individuo de verde.

Cuando volvieron a verse, dos horas más tarde, aquel hombre le estaba comunicando el fallecimiento en quirófano de su nieta. Hicieron falta varias personas para sujetarle e impedir la agresión. Cuando le separaban el furioso abuelo pronunció aquellas palabras que le retumbaron en la mente hasta el final: Te perseguiré más allá de la muerte.

El hospital tapó el incidente. Ante la denuncia por negligencia del abuelo, que sabía en qué condiciones había entrado en quirófano el neurocirujano, se falseó el informe quirúrgico, haciendo ver que el titular de la intervención había sido un compañero y que él sólo había salido a informar.

Pero él sabía la verdad. De nada servía mantener el secreto cuando en sus pesadillas era su propia hija la que fallecía en la mesa de quirófano en sus manos. Fue dado de baja y no volvió a operar. El alcohol y la falta de sueño le tenían arrasado. Y allá donde iba, estaba él.

Siempre aquel hombre de pelo y barba blanca, vestido totalmente de negro, que no se le acercaba, que siempre se mantenía a una prudente distancia y que lo único que hacía era mirarle duramente, señalarle y decirle con los labios: Tú

Allí estaba a la salida del juzgado cuando fue absuelto. Y allí estaba, en su espejo retrovisor, en el vehículo que le seguía. Por más que aceleró no fue capaz de perderlo de vista. Lo tenía pegado como una garrapata. Esos dos ojos clavados en el retrovisor y esa niña cadáver en la mesa quirúrgica que abría los ojos y le llamaba papá anclada en su cerebro.

Pensó que con un solo volantazo todo cesaría. Dejaría de pensar, dejaría de percibir y dejaría de existir. Pero todo acabaría. Y probó.

Y era cierto que no había ojos que abrir. No había oídos que le trajeran sonidos y no había piel con la que notar frío o calor. Ni músculos, huesos ni tendones.

Y sin embargo era.

Sentía consciencia de ser, de estar. De desplazarse, de presenciar.

Y de sus recuerdos. Y de tener dos ojos clavados en él. Y de oír esa voz que le decía: Tú

Intentó alejarse pero, por más que lo intentaba, era atraído por la voz. Y encontró al abuelo. Sentado, con las piernas cruzadas, rodeado de un círculo de velas. Sus ojos estaban cerrados, pero él los sentía clavados, aún incorpóreo.

- ¿Lo ves? Ya estás muerto y sigo persiguiéndote – dijo la voz

En su esencia inmaterial se preguntó cuando acabaría esto y enseguida halló respuesta.

- Jamás. Porque un día moriré. Y entonces será peor.