Más allá de la muerte
- Te perseguiré más
allá de la muerte.
La muerte. Una
liberación o una condena, según se mire. O según se viva.
Pensó que el
volantazo iba a poner fin a la culpa. Que ya sin latidos no habría
obstáculo para descansar. Quizá no sería sumirse en el sueño que
hacía un año le había abandonado pero, de alguna manera, cesaría
el dolor.
Pero no fue así.
El impacto a 140
kilómetros por hora fue una metáfora de su vida. Lanzado al éxito,
estaba considerado a los treinta y cinco años el mejor neurocirujano
del país. Pisaba el acelerador y decidió escribir un manual sobre
cómo estrellar tu vida contra un muro. De cien a cero en un segundo.
Para ello, basta
follarte a tu abogada y que tu esposa descubra el engaño. Añade una
pizca de venganza de ella, que inventó y escenificó abusos a su
pequeña hija de cinco años para interponer una orden de
alejamiento. Se mezcla bien con los problemas financieros que suponen
la pérdida de patrimonio y el pago de pensiones y se agita el
aumento de horas de guardia con bastante alcohol.
Podría haber sido
suficiente, pero ¿por qué frenar antes del impacto?
La cafetería de
personal del hospital no servía alcohol y él frecuentaba la del
público. Uno de los camareros le llenaba de ginebra una botella de
agua mineral, agradecido por un favor personal.
Un hombre de pelo
blanco y barba descuidada les observaba. Se había mantenido absorto
en el movimiento de la cucharilla de su propio café cuando le llamó
la atención de un miembro del personal, con uniforme verde. Vio como
intentaba disimular, cómo el camarero le entregaba la botella de
plástico y cómo el sanitario pagaba veinte euros por ella sin
recibir cambio. Coincidieron en la puerta y casi chocan en la puerta.
La cercanía permitió al observador percibir el aliento alcohólico
del individuo de verde.
Cuando volvieron a
verse, dos horas más tarde, aquel hombre le estaba comunicando el
fallecimiento en quirófano de su nieta. Hicieron falta varias
personas para sujetarle e impedir la agresión. Cuando le separaban
el furioso abuelo pronunció aquellas palabras que le retumbaron en
la mente hasta el final: Te perseguiré más allá de la muerte.
El hospital tapó el
incidente. Ante la denuncia por negligencia del abuelo, que sabía en
qué condiciones había entrado en quirófano el neurocirujano, se
falseó el informe quirúrgico, haciendo ver que el titular de la
intervención había sido un compañero y que él sólo había salido
a informar.
Pero él sabía la
verdad. De nada servía mantener el secreto cuando en sus pesadillas
era su propia hija la que fallecía en la mesa de quirófano en sus
manos. Fue dado de baja y no volvió a operar. El alcohol y la falta
de sueño le tenían arrasado. Y allá donde iba, estaba él.
Siempre aquel hombre
de pelo y barba blanca, vestido totalmente de negro, que no se le
acercaba, que siempre se mantenía a una prudente distancia y que lo
único que hacía era mirarle duramente, señalarle y decirle con los
labios: Tú
Allí estaba a la
salida del juzgado cuando fue absuelto. Y allí estaba, en su espejo
retrovisor, en el vehículo que le seguía. Por más que aceleró no
fue capaz de perderlo de vista. Lo tenía pegado como una garrapata.
Esos dos ojos clavados en el retrovisor y esa niña cadáver en la
mesa quirúrgica que abría los ojos y le llamaba papá anclada en su
cerebro.
Pensó que con un
solo volantazo todo cesaría. Dejaría de pensar, dejaría de
percibir y dejaría de existir. Pero todo acabaría. Y probó.
Y era cierto que no
había ojos que abrir. No había oídos que le trajeran sonidos y no
había piel con la que notar frío o calor. Ni músculos, huesos ni
tendones.
Y sin embargo era.
Sentía consciencia
de ser, de estar. De desplazarse, de presenciar.
Y de sus recuerdos.
Y de tener dos ojos clavados en él. Y de oír esa voz que le decía:
Tú
Intentó alejarse
pero, por más que lo intentaba, era atraído por la voz. Y encontró
al abuelo. Sentado, con las piernas cruzadas, rodeado de un círculo
de velas. Sus ojos estaban cerrados, pero él los sentía clavados,
aún incorpóreo.
- ¿Lo ves? Ya estás
muerto y sigo persiguiéndote – dijo la voz
En su esencia
inmaterial se preguntó cuando acabaría esto y enseguida halló
respuesta.
- Jamás. Porque un
día moriré. Y entonces será peor.
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