Tiempo en aspirinas
Érase una vez un
rico y viudo empresario que había sido rechazado en el amor.
Acostumbrado a conseguir todo aquello que se le antojaba no era capaz
de soportar el dolor y el rechazo, y los días se le tornaban
amargos, las noches tristes y lastimeras y, la simple existencia, una
insoportable desazón.
Desesperado acudió
a un anciano y sabio curandero que vivía aislado en una cueva de las
montañas. El viejo le recibió y con un parsimonioso gesto, le
invitó a sentarse sobre una piedra, junto a la hoguera, y a contarle
aquello que le atormentaba.
El empresario relató
los pormenores de su desengaño amoroso y la penuria de sus días. El
anciano escuchaba con la cabeza agachada y la mirada perdida. Cuando
su visitante hubo acabado, aguardó unos instantes antes de
responder.
- Tengo una noticia mala y una buena. Y luego una incógnita – dijo por fin.
- Prefiero primero
la buena – respondió el empresario.
- Pues no. Te las
diré en ese orden, porque ese es el orden de las cosas – replicó
el sabio, y añadió – Te aguantas
El rico se sintió
algo incómodo por la réplica pero se mantuvo en su lugar.
- La mala noticia es
que lo que necesitas no lo puedes comprar. La buena es que es algo
que ya tienes y la incógnita es si serás capaz de utilizarlo –
reveló por fin.
- ¿Y qué es eso
que tengo, que no puedo comprar y que no sabes si sabré utilizar? -
preguntó confuso el empresario.
- El tiempo – fue
la respuesta.
Y con un gesto
lento, el anciano indicó la salida de la cueva, dando el encuentro
por finalizado.
El empresario se
sentía furioso. Consideró una pérdida de tiempo la visita al
sabio. Durante el viaje de vuelta a la ciudad, meditó al respecto y
pensó que tal vez el anciano no estaba en lo cierto del todo y que
quizá tampoco estaba del todo equivocado. Hizo investigaciones y, en
el mercado negro, encontró la solución a su problema. El modo de
comprar tiempo. Una pastilla que, al ingerirla, le haría dormir
durante un año.
- Doce meses –
pensó – serían suficientes para mitigar su dolor. El viejo se
equivoca. Todo se puede comprar.
Así que, decidido,
ingirió la pastilla y se sumió en un profundo sueño.
Un año más tarde
despertó. Abrió los ojos e inspiró hondo para comprobar si el profundo pesar de su pecho había desaparecido. Decepcionado, comprobó
que no se había mitigado en lo más mínimo. Descubrió además
que, durante su sueño, sus dos hijos habían dilapidado
prácticamente por completo su fortuna, habían fragmentado y vendido
sus empresas y que su patrimonio era casi inexistente. De
tal modo, en los días posteriores su dolor y su pesar fueron en
aumento. Recordó las palabras del anciano y se decidió a volver a
la cueva a reclamarle por el error en su consejo, ya que había
seguido sus instrucciones y todo había ido a peor.
De nuevo fue
invitado a sentarse en la misma piedra ante la misma hoguera y a
contar su historia. Relató con detalle lo ocurrido, acusando al
anciano de ser el culpable de su infortunio.
Y una vez más, al
concluir, el anciano meditó unos instantes.
- Tres enseñanzas
puedes extraer de lo que te ha ocurrido. Un hombre inteligente
aprendería de ellas. Falta saber si tu eres uno de ellos – dijo
finalmente.
- ¿Y cuáles se
supone que han sido esas enseñanzas? - preguntó el rico
visiblemente enfadado
- La primera, y la
más obvia de todas, es que no puedes comprar todo lo que deseas. Has
pretendido pagar por algo que sólo a ti te correspondía. La segunda
es confundir el tiempo que necesitabas. Has pagado por el tiempo de
los demás. Ha pasado un año para todos menos para ti, que esos
meses los has pasado durmiendo, no viviendo. Era tu tiempo el que
necesitabas, no el de ellos. Era tu aprendizaje en ese tiempo y
no tus ronquidos lo esencial para solucionar tu problema. Así
que espero que por fin aprendas, ya que todavía estás… a tiempo –
concluyó
- ¿Y la tercera?
- ¡Ah, sí! No
debes automedicarte.
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