jueves, mayo 04, 2017

Tiempo en aspirinas

Érase una vez un rico y viudo empresario que había sido rechazado en el amor. Acostumbrado a conseguir todo aquello que se le antojaba no era capaz de soportar el dolor y el rechazo, y los días se le tornaban amargos, las noches tristes y lastimeras y, la simple existencia, una insoportable desazón.

Desesperado acudió a un anciano y sabio curandero que vivía aislado en una cueva de las montañas. El viejo le recibió y con un parsimonioso gesto, le invitó a sentarse sobre una piedra, junto a la hoguera, y a contarle aquello que le atormentaba.

El empresario relató los pormenores de su desengaño amoroso y la penuria de sus días. El anciano escuchaba con la cabeza agachada y la mirada perdida. Cuando su visitante hubo acabado, aguardó unos instantes antes de responder.

- Tengo una noticia mala y una buena. Y luego una incógnita – dijo por fin.

- Prefiero primero la buena – respondió el empresario.

- Pues no. Te las diré en ese orden, porque ese es el orden de las cosas – replicó el sabio, y añadió – Te aguantas

El rico se sintió algo incómodo por la réplica pero se mantuvo en su lugar.

- La mala noticia es que lo que necesitas no lo puedes comprar. La buena es que es algo que ya tienes y la incógnita es si serás capaz de utilizarlo – reveló por fin.

- ¿Y qué es eso que tengo, que no puedo comprar y que no sabes si sabré utilizar? - preguntó confuso el empresario.

- El tiempo – fue la respuesta.

Y con un gesto lento, el anciano indicó la salida de la cueva, dando el encuentro por finalizado.

El empresario se sentía furioso. Consideró una pérdida de tiempo la visita al sabio. Durante el viaje de vuelta a la ciudad, meditó al respecto y pensó que tal vez el anciano no estaba en lo cierto del todo y que quizá tampoco estaba del todo equivocado. Hizo investigaciones y, en el mercado negro, encontró la solución a su problema. El modo de comprar tiempo. Una pastilla que, al ingerirla, le haría dormir durante un año.

- Doce meses – pensó – serían suficientes para mitigar su dolor. El viejo se equivoca. Todo se puede comprar.

Así que, decidido, ingirió la pastilla y se sumió en un profundo sueño.

Un año más tarde despertó. Abrió los ojos e inspiró hondo para comprobar si el profundo pesar de su pecho había desaparecido. Decepcionado, comprobó que no se había mitigado en lo más mínimo. Descubrió además que, durante su sueño, sus dos hijos habían dilapidado prácticamente por completo su fortuna, habían fragmentado y vendido sus empresas y que su patrimonio era casi inexistente. De tal modo, en los días posteriores su dolor y su pesar fueron en aumento. Recordó las palabras del anciano y se decidió a volver a la cueva a reclamarle por el error en su consejo, ya que había seguido sus instrucciones y todo había ido a peor.

De nuevo fue invitado a sentarse en la misma piedra ante la misma hoguera y a contar su historia. Relató con detalle lo ocurrido, acusando al anciano de ser el culpable de su infortunio.

Y una vez más, al concluir, el anciano meditó unos instantes.

- Tres enseñanzas puedes extraer de lo que te ha ocurrido. Un hombre inteligente aprendería de ellas. Falta saber si tu eres uno de ellos – dijo finalmente.

- ¿Y cuáles se supone que han sido esas enseñanzas? - preguntó el rico visiblemente enfadado

- La primera, y la más obvia de todas, es que no puedes comprar todo lo que deseas. Has pretendido pagar por algo que sólo a ti te correspondía. La segunda es confundir el tiempo que necesitabas. Has pagado por el tiempo de los demás. Ha pasado un año para todos menos para ti, que esos meses los has pasado durmiendo, no viviendo. Era tu tiempo el que necesitabas, no el de ellos. Era tu aprendizaje en ese tiempo y no tus ronquidos lo esencial para solucionar tu problema. Así que espero que por fin aprendas, ya que todavía estás… a tiempo – concluyó

- ¿Y la tercera?


- ¡Ah, sí! No debes automedicarte.