On y Off
- Señorita, los
términos cambiaron hace un par de décadas – dijo el ginecólogo,
haciendo una pausa.
La chica, de unos
veinte años, se revolvió incómoda en el asiento, sintiéndose
juzgada. El especialista prosiguió.
- ¿Tengo que
recordarte lo que supusieron las luchas entre abortistas y católicos
a mediados de los años 20? El gobierno abogó por una solución
intermedia y no creo fuera tan mala decisión cuando fue imitado por
la mayoría del mundo occidental a los pocos meses.
Se quitó las gafas,
inspiró hondo mientras limpiaba los cristales. La chica permanecía
con la cabeza gacha y los brazos cruzados.
- Sabes
perfectamente que antes aborto e interrupción del embarazo eran
sinónimos, pero que, afortunadamente, ahora la interrupción es
temporal. No cumples ninguno de los supuestos legales para abortar.
No has sido violada y el embarazo, a priori, no supone ningún riesgo
para ti ni para la criatura. Lo que pretendes, hoy en día, es un
delito. Muy perseguido, además. Y más, teniendo la oportunidad de,
simplemente, posponerlo.
La joven sollozó,
resignada.
- Pues empecemos.
Dos meses antes la
fiesta de fin de curso se le había ido de las manos. Ella y varios
compañeros terminaron la noche en la piscina de la casa de
estudiantes de una de sus compañeras. Bebieron demasiado y
amanecieron todos desnudos. Al poco descubrió que estaba embarazada
y no sabía quién era el padre. Aún le faltaba el último curso y
el máster y ser madre soltera en ese momento le destrozaría la
carrera.
La ciencia ofrecía
lo que se había denominado “el interruptor”. La posibilidad de
detener el embarazo sin destruirlo, manteniendo el embrión latente
en el útero con una combinación de hormonas hasta el momento en el
que la madre decidiera proseguir la gestación. Era el punto
intermedio entre las dos posturas encontradas. Ofrecía la
posibilidad de llevar el feto a término en el momento en el que las
circunstancias fueran favorables para la madre, mediante un método
totalmente inocuo para ambos.
En la farmacia
adquirió la primera caja de “Off”, el interruptor que detenía
el embarazo. Tomaba su tratamiento a diario y, mientras convivió con
sus padre y, más adelante, con su novio, una vez al mes, su amiga
enfermera le extraía sangre para manchar las compresas y mantener su
secreto desapercibido.
Lo consiguió varios
años y, aunque su pareja ocasionalmente le planteaba la posibilidad
de ser padres, nunca lo hacía con la suficiente seriedad.
Poco después de
cumplir treinta años empezó a necesitar un descanso. Demasiado
tiempo engañando a todo el mundo. Y el momento oportuno para ser
madre disfrutando de la estabilidad conyugal. Su ginecólogo le
recetó “On”, el interruptor para continuar la gestación y
adquirió un test de embarazo que, pos supuesto, resultó positivo.
Siete meses después
se desencadenó el parto que, de cara a la familia, resultaba
prematuro. Fue un parto normal, no demasiado prolongado y bastante
llevadero. Pujó con ilusión y cuando oyó el llanto de su bebé se
sintió la mujer más feliz del mundo. Sin embargo, se sintió
aterrada al contemplar el rostro de su marido al ver el bebé. Las
enfermeras por el contrario se miraban con cierta guasa. Envolvieron
al recién nacido en una toquilla y se lo entregaron a la madre. Al
verlo, ella pudo reconocer al instante al padre. Se trataba de un
precioso niño que era el vivo retrato de Olembe, su compañero de
carrera camerunés.
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