La Ley
La Ley
El argumento de los
gobernantes fue que el estado festivo del ser humano le alejaba de la
concentración en el trabajo y en la familia. Claro que fue
impopular. Pero la asociación de empresarios no estaban contentos
con el contrato diario o con la abolición del salario mínimo. Y JP
Morgan volvió a amenazar con la subida de la Prima de Riesgo. El
presidente, a través de un mensaje de WhatsApp a cada uno de los
ciudadanos, pidió un esfuerzo en aras de la estabilidad del país.
La Ley, prometían,
no nacía con vocación restrictiva. Aseguraban que el objetivo era
promover el descanso y la productividad empresarial y familiar.
La población se
opuso tímidamente. Hacía tiempo que las manifestaciones estaban
prohibidas y las publicaciones en redes sociales tenían que pasar
un filtro antes de ser visibles. No era una censura. Era una
adecuación textual, decían. Así que los ciudadanos protestaron
enérgicamente con su silencio. No sirvió de nada.
A primeros de enero
de 2031 entró en vigor el Impuesto sobre Fiestas y Jolgorios. No
estaba expresamente prohibido cantar y bailar. Estaba gravado. Cada
ciudadano tenía que pagar una tasa de 10 euros por cada canción que
bailara o cantara y, para ello, cada equipo reproductor de música y
los instrumentos musicales, así como los lugares de reunión y las
calles, tenían cámaras conectadas a equipos de reconocimiento
facial.
Y no quedaba ahí.
El ciudadano que quisiera, además, conservar el recuerdo, debía
abonar un canon de 25 euros. En caso contrario, debía someterse a un
proceso de “desintoxicación festiva” mediante el cual se borraba
cualquier remembranza de esos momentos vividos.
Y fue así, querido
nieto, como por fin, de una vez por todas, acabaron quitándonos lo "bailao".
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