miércoles, julio 02, 2025

Aquella rubia

 Vendí mi suerte en un bar

a una rubia descarada.

Me pagó con su mirada

femenina singular.

Me acompañó hasta un altar

en un rincón solitario.

Pedimos ron Legendario,

y el barman hizo de cura.

le di un beso a mi futura,

y me subí al escenario.


Brindé con sombras ajenas

y a la primera canción.

la chica entonó a mi son

sus cánticos de sirenas.

Sentí su sangre en mis venas,

la carne se me hizo verbo,

y me convertí en su siervo

como un niño inofensivo.

Había solo un motivo

pero aún me lo reservo.


Cuando acabó la función

le prometí amor eterno

y al menos por un invierno

le entregué mi corazón.

La esperaba en el salón

escribiendo poesía,

en tanto que ella volvía

con un verso en sus andares

sus besos moleculares

y su sonrisa en la mía.



La esperaba en el salón

entre tinta y melodía,

con una copa vacía

y otra llena de ilusión.

En cada rima, un buzón,

en cada acorde, una espada.

Pero una tarde nublada

llegó con frío en los ojos,

se cubrió con mil cerrojos

y se fue sin decir nada.


No volvió con la marea

ni me la trajo la lluvia.

No hubo más sirena rubia,

se apagó mi chimenea.

Tuve la pésima idea 

de buscarla en la bebida,

en el fondo de mi herida,

en los traumas de mi infancia

y me perdí en la arrogancia

y en mil calles sin salida.


Y no escribí ni una nota

ni canciones, ni un soneto.

La guitarra, un esqueleto,

tenía una cuerda rota.

Me sentí como un idiota

en una ruleta rusa

con una vida inconclusa.

Ya saben de qué les hablo:

yo era solo un pobre diablo

y la rubia era mi musa.