sábado, octubre 26, 2024

Gustavito

 En una desvencijada casa en el punto más alto del pueblo, Oliveria cuidaba a su nieto todas las tardes ,ya que su hija y su yerno trabajaban en jornada partida. Gustavito se había convertido en un pequeño monstruo, obeso y malcriado. Obeso, porque la única actividad que realizaba, aparte de aporrear inmisericordemente el piano de su abuela durante la hora de la innegociable telenovela, era comer los dulces, bollos y pasteles que esta le preparaba para merendar. Malcriado porque, hiciera lo que hiciera, nunca era castigado. 

—Pobrecito, qué pena... —solía decir Oliveria cuando su hija la reprendia por no corregir a Gustavito. 

Una tarde, cuando Gustavito ya había alcanzado los ciento cincuenta kilos, y en el último episodio de la serie, el niño se disponía a maltratar el viejo piano cuando Oliveria le propuso que fuera a la tienda a por cacao en polvo. Dada la agilidad del muchacho y la distancia del establecimiento,  no regresaría hasta que concluyera su programa.

El niño accedió a regañadientes y, al salir, los peldaños de madera quebraron. Gustavito rodó ladera abajo y dicen que días más tarde llegó al mar, por el que flotó, y flotó hasta dar la vuelta al mundo.

sábado, octubre 19, 2024

La Fuente del Querer

 Había solicitado otras rutas. La número 7, por ejemplo, entre el centro y el estadio,  de la que Martínez tanto se quejaba pero que nunca soltaba. O la número 5, que recorría la periferia y los barrios marginales, que habían asignado al nuevo. Virgilio había enviudado hacía ya tres años y aunque aún era un hombre joven, la herida no acababa de cicatrizar. Por eso, la ruta de la Fuente del Querer,  con centenares de enamorados o de aspirantes, era como limpiarla a diario con vinagre.

Según la leyenda, cuando dos personas bebían el agua de aquella fuente del mismo recipiente, quedaban enamoradas para siempre. Todos los que acudían se llevaban pequeños envases destinados a compartirlos con sus personas amadas. Era el autobús más ilusionante del mundo y a Virgilio le quemaba la sangre. 

Aquel caluroso agosto afrontaba además el aniversario de su viudez. Ese día, en uno de los viajes de vuelta, un niño con un patín eléctrico salió repentinamente del carril bici obligando a Virgilio a frenar con brusquedad. Sintió un mareo y casi se desmayó. Una mano le tendió un botellín de agua. Bebió un trago y, al devolverlo,  descubrió a la mujer más hermosa del mundo.


jueves, octubre 10, 2024

Kentarō

 Kentarō era luchador de sumo. Era nieto, hijo y hermano de luchadores. Kentarō era tan obeso que en su familia lo apodaban "El Gordo". Pesaba trescientos quince kilos e ingería unas siete mil calorías diarias. Su desayuno solía consistir en kilo y medio de arroz hervido, un salmón entero y una cafetera de dos litros. Ingería al día unos dos kilos de soja en diferentes presentaciones a pesar de que le provocaba copiosas flatulencias.

Su entrenamiento, aparte de los típicos shiko, suriashi o teppō, incluía el levantamiento de furgonetas o empujar a Take, un buey de Kobe que pastaba en las inmediaciones del establo (nombre que reciben los gimnasios en los que conviven los luchadores). Como quiera que Kentarō aún era un makushita, vivía en el establo con sus compañeros. Un día, tras entrenar, se dispuso a tomar un baño con velas. Encendió varios cirios, cerró la puerta del baño y se encaminó hacia el gigantesco jacuzzi. Su enorme perímetro lo atascó entre el lavabo y el toallero. Del esfuerzo, una descomunal ventosidad, en el espacio cerrado y a la luz de las candelas, desencadenó una deflagración épica. Medio Japón temió la caída de una tercera bomba atómica en Kyoto.

lunes, octubre 07, 2024

Micro abierto 8 O

 1. Lo bailao.


 Y un día, sin comerlo ni beberlo, 

vinieron a quitarnos lo bailao.

Cerraron hasta el último tablao,

que aún tenía rumbas de estraperlo.

Algunos fueron viejos de repente

y el ritmo pereció junto a la amnesia.

A veces, una leve parestesia

corría por sus pies tímidamente.

Salían a la calle cada día,

ajenos a cualquier coreografía

que el viento sugiriera por despiste.

El mundo no volvió a ser como antes;

las mismas situaciones delirantes,

igual de demencial, pero más triste.


2. Astronauta


 Despierto y no es un día diferente.

Me enfundo mi uniforme de astronauta.

Allá en el exterior, la misma pauta:

vacío existencial, codicia, gente....

Se acerca la alienígena de enfrente.

Me pide algo de sal, la muy incauta.

Tampoco sonará esta vez la flauta.

Se va con mi salero muy sonriente.

Escapo del contorno de la Tierra,

unido por un cable con mi perra

que suele defecar por el camino.

Descifro algún pueril mensaje en clave

que leo en la pantalla de mi nave,

en tanto se me asigna otro destino.


3. El mundo y tú


 El mundo, encaminado al cataclismo

y yo descafeinando mis tostadas;

la vida nunca ha sido un cuento de hadas

y el éxito es tan solo un eufemismo.

El mundo enamorado del abismo

y yo no le hago caso a tus llamadas;

me pillan con las manos ocupadas

y sé que van a ser más de lo mismo. 

El mundo estalla y yo me siento inerme 

si sé que al despertar vendrás a verme

preñada de hecatombe en el semblante.

El mundo en un pis pas va a hacerse añicos

y tú me das tan fuerte en los hocicos

que todo es, cuanto menos, inquietante.


4. El princeso y la rana 


 Yo siempre fui un princeso un poco lacio, 

con porte desgarbado y con acné,

con falta de autoestima y poca fe,

que andaba en los jardines de palacio.

Un día en una charca vi un batracio,

y firme y decidido, lo besé,

volviéndose una chica sin corsé

con solo unos pendientes de topacio.

Postrado ante la dama, genuflexo,

me dijo que era un tanto adicta al sexo

y al verme allí a sus pies, tenía ganas.

Me fui de aquel jardín despavorido,

con roncus de laringe y sarpullido

pues supe que era alérgico a las ranas.


5. Dubitativo


 Perdido entre un "¿quién sabe?" y un "quizá"

y en pleno laberinto de un "tal vez",

un día me apresó la madurez

haciendo un crucigrama en el sofá.

Pendiente de un quimérico "ojalá"

y a rastras de mi fiel testarudez

vendrá a merodearme la vejez

mostrando con su dedo el más allá.

Atado a un "es posible" o "es probable"

el fin de mi existencia miserable 

será la exaltación de un sinsentido.

Con dos metros de tierra bajo un "puede"

me temo que ahora sí que no procede

llorar por una vida que no ha sido.


6. Ángeles y demonios


 Edenes hay lo menos mil quinientos

e infiernos, si me apuran, otros tantos;

los ángeles bostezan somnolientos 

y cobran por mostrarnos sus encantos.

A veces los demonios son violentos

(tampoco los humanos somos santos);

si pierden un concurso de talentos

se sumen en profundos desencantos.

Nosotros, mientras tanto, subsistimos 

buscando quien nos haga un par de mimos, 

ya sea en el infierno o el edén. 

Cogida la moral con imperdibles

y a pique de fundirnos los fusibles

nos cuesta distinguir el mal del bien. 


7. Adiós 


 Se marcha el inquilino de la arena,

el nómada de chanclas y after sun,

el ávido Predator del atún,

el cruel conquistador de playa ajena.

Se marcha el invasor de la quincena

el pelma de raciones al tuntún,

el Homo Cadavéricus Común

que viene a inocularse el sol en vena.

Se marcha el salmonete achicharrado,

el símbolo oficial del gran quemado

con signos de abrasión hasta en el pene.

Se marcha el caminante del solsticio,

nos brinda por un tiempo un armisticio

y jura que vendrá el año que viene.


8. Mi viaje


 Cansado del azar y del destino 

salí a reconquistar otro paraje

inhóspito, selvático y salvaje,

y di contra la tapia del vecino.

Salté esa leve piedra en el camino 

y habláronme en insólito lenguaje;

hui por la compuerta del garaje

al verle un aspaviento viperino.

Hay cosas repentinas que me afligen,

como es la reacción del aborigen

encima que venía en son de paz. 

Volví a mi domicilio y mi costumbre,

tan lleno de amargura y pesadumbre

que ya jamás he vuelto a ser audaz.


9. El juicio


 Con una cicatriz en la garganta

herida por sus neuras y sus nudos,

oraba ante un clamor de sordomudos

que hundían la testuz bajo la manta.

Sentí que la exigencia no era tanta

pues supe que detrás de los escudos

había sangre y músculos desnudos

en una penitencia sacrosanta.

Solté con desahogo mi alegato

perplejo porque no aplaudió ni el gato

al ver a la Justicia sin la venda.

Parece que tampoco fue tan mal,

absuelto tras el juicio universal,

sin un intercesor que me defienda.


10. En obras


 Destrozo mis cimientos a mazazos 

con una excepcional delicadeza

y sé que es más profunda la limpieza

si son más diminutos los pedazos.

Me encuentro en el proceso un par de abrazos

y alguna timidísima certeza

que afloran más allá de la corteza

debajo de unos cuantos arañazos.

También identifico con asombro

revuelto entre la escoria de mi escombro

un lánguido y agónico organismo.

Observo que el sujeto está con vida,

que sangra todavía de una herida

y puedo comprobar que soy yo mismo.


11. El vasto mundo


 Cuarenta mil kilómetros de mundo,

desiertos de extensión descomunal, 

océanos de anchura colosal

a cuál más tenebroso y más profundo.

Mesetas, cordilleras y montañas, 

ciudades sobre todo el continente,

insectos, animales, peces, gente

y al menos, que se sepa, dos Españas. 

Colegios, parlamentos, almacenes,

vehículos, aviones, barcos, trenes

que campan a sus anchas por ahí.

Doctores, farmacéuticos, soldados,

millones de individuos despistados

y el pájaro se caga sobre mí.





















jueves, octubre 03, 2024

Poison

 Cuando el juez de guardia procedió a levantar lo que quedaba del cadáver de Felipe, Matilde se vio forzada a realizar la mejor actuación de su vida. Habría estado feo dar saltos de alegría y, cuanto menos, habría resultado sospechoso.

Matilde se limitó a fingir un llanto exagerado y a no pronunciar palabra. Afortunadamente, la policía judicial no había reparado en las agujas tipo butterfly, las benzodicepinas y el cloruro potásico que había en el botiquín. La flamante viuda no sólo había salvado la vida por los pelos. Se había ahorrado narcotizar a su difunto esposo e inyectarle altas dosis de potasio hasta pararle el corazón y simular así un suicidio por ingesta de fármacos. 

Contactó con una empresa de limpieza para que se encargara del desaguisado del baño y reservó una habitación en el mejor hotel de la ciudad. Pidió una botella de champán y disfrutó relajadamente del jacuzzi. Mientras se secaba, reparó en el pequeño y discreto tatuaje que lucía en su cadera derecha. Un pequeño tarro de veneno en el que podía leerse "Poison". Marcó un número de teléfono.

—Marcos. Estoy en la 756 del Imperial. Te espero esta noche. Me he quitado un peso de encima.