La Fuente del Querer
Había solicitado otras rutas. La número 7, por ejemplo, entre el centro y el estadio, de la que Martínez tanto se quejaba pero que nunca soltaba. O la número 5, que recorría la periferia y los barrios marginales, que habían asignado al nuevo. Virgilio había enviudado hacía ya tres años y aunque aún era un hombre joven, la herida no acababa de cicatrizar. Por eso, la ruta de la Fuente del Querer, con centenares de enamorados o de aspirantes, era como limpiarla a diario con vinagre.
Según la leyenda, cuando dos personas bebían el agua de aquella fuente del mismo recipiente, quedaban enamoradas para siempre. Todos los que acudían se llevaban pequeños envases destinados a compartirlos con sus personas amadas. Era el autobús más ilusionante del mundo y a Virgilio le quemaba la sangre.
Aquel caluroso agosto afrontaba además el aniversario de su viudez. Ese día, en uno de los viajes de vuelta, un niño con un patín eléctrico salió repentinamente del carril bici obligando a Virgilio a frenar con brusquedad. Sintió un mareo y casi se desmayó. Una mano le tendió un botellín de agua. Bebió un trago y, al devolverlo, descubrió a la mujer más hermosa del mundo.
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