Confesiones y paranoias de un hombre confuso ante los tiempos que vive
Tus párpados se cierran agotados
la vida se suspende hasta mañana,
el mundo contenido en la persiana,
y el cuerpo y la razón desenchufados.
Reciclas los obstáculos salvados,
depuras la basura cotidiana,
ventilas desmontando la ventana,
y barres tu interior por todos lados.
Se cierra cada noche por reformas,
se pausa la película del día,
y el alba te devuelve algo más manso.
Con eso y poca cosa te conformas,
y afrontas la mañana oscura y fría,
repuesto en el brevísimo descanso.
El día que no cuente con los dedos,
las sílabas que engarzo en cada verso,
será que no me encierro en mi universo,
y quiero disfrutar de otros enredos.
El día que no salte ya a los ruedos
tal vez por los quehaceres diversos,
o acaso por vivir días dispersos,
seré libre de angustias y de miedos.
Escribo para estar en otro mundo,
aislado de lo vil que me rodea,
escribo y me sumerjo en lo profundo
del río al que me lleva cada idea,
escribo y en el lapso de un segundo
me centro solamente en mi tarea.
Me río de lo simple y de lo absurdo,
me río del candor surrealista,
me río del marxismo y del fascista,
me río de los los derechos del zurdo.
Me río, si me espabilo o me aturdo,
me río de la lágrima imprevista,
me río en la antesala del dentista,
me río de lo zafio, tosco y burdo.
Me río de mi mismo y mi familia,
me río de la envidia sobrehumana
me río de mi fobia y de mi filia,
me río más los fines de semana,
me río de Janeiro y de Brasilia,
me río porque a mí me da la gana
Que sí, Manolo. Que tú dirás lo que tú quieras. Pero es
exactamente lo mismo que cuando dijo que iba a opositar al cuerpo de bomberos.
Que perdió un año fingiendo que estudiaba para luego ni siquiera presentarse al
examen. O cuando se empeñó en formar una banda de rock con los amigos.
Que nos convenció para comprarle la guitarra y el altavoz ese y luego a los
tres ensayos ya no tocaron más. Y es que tú eres muy permisivo, Manolo. A ti
todo te parece bien. Siempre estás con eso de que le otorguemos el beneficio de
la duda, pero aquí no hay nada que dudar. Tu hijo es un vago y es clavadito
a ti. Que tengo que estar empujándote cada vez que hay que hacer un “chapú” en
casa o hay que ir a la compra. Que aquí siempre tengo que ser yo la que haga el
papel de mala y andar riñendo a uno y otro como si no tuviera otra cosa que
hacer. Y no te escondas detrás de ese ridículo antifaz para hacerte el
dormido, Manolo. Se perfectamente que si estuvieras dormido estarías roncando. Manolo.
¿Por qué no respiras? ¡Manolo! ¡¡Manolo!! ¡¡¡Manolooooooooooooooooooo!!!!
Pereza ante el sopor de la rutina,
pereza bajo el tul de la sospecha,
pereza con la cama aún deshecha,
pereza, contra el riel de la cortina.
Pereza, de otro día en la oficina,
pereza, desde el fondo a la derecha,
pereza, entre la siembra y la cosecha
pereza, hasta la vuelta de la esquina.
Pereza, para andarme por las ramas,
pereza, por favor, en vaso largo,
pereza, sin dolor ni melodramas,
pereza, sobre el precio del recargo,
pereza, tras almohadas y pijamas,
pereza, vía crucis del letargo.
Se empeñan en pedirme lo imposible
y cuento con dos brazos y dos piernas,
por eso mis mañanas son eternas,
luchando contra un monstruo tan terrible.
Tal vez esté un poquito susceptible,
con células volcánicas internas,
que llenan mis recónditas cavernas,
de forma más o menos perceptible.
Será que tengo instintos homicidas,
cansancio con cañones recortados,
hartazgos del calibre veintidós,
el alma blanca hurgando en las heridas,
los días, cada vez menos pensados,
los contras, merendándose a los pros.
Me dueles, corazón, sin previo aviso,
de súbito te encoges en mi pecho,
me postras, diaforético y maltrecho,
obviando mi opinión y sin permiso.
Me dueles, corazón, y no es preciso
que insistas en tenerme aquí en el lecho,
me empieza a parecer borroso el techo,
y tengo que atender un compromiso.
Me dueles, corazón, y tú en tus trece
que el aire no se mete en mis pulmones
no puedo respirar y ya estoy harto,
Me dueles, corazón, y me parece,
que debo abandonar mis reflexiones
pues puede que me esté dando un infarto
Algunas modas van a matarnos, pensé, mientras observaba al pescadero destripar una trucha arrastrando el dedo índice por el vientre del pescado.
Vale que el tartar sea una delicia. Vale que se pueda consumir pescado crudo con cierta seguridad si es previamente congelado. Vale, incluso, que había invitado a cenar a Rosita tantas veces como negativas obtuve. Y hasta podría admitir que la cocina se me da lo suficientemente bien como para que mi caprichosa pretendida pudiera escoger el plato que quisiera.
El caso es que siendo la cena esa misma noche ya no tenía tiempo de congelar y descongelar la puñetera trucha. Y ahí estuve yo, toda la tarde separando su carne de las espinitas, picándola a cuchillo y dejándola macerar con algún condimento secreto que no voy a revelar aquí.
Y bueno, aparte de la decepción que supuso el que Rosita anulara la cena en el último momento con una vacua excusa, y de lo delicioso que estaba mi tartar de trucha, no quiero terminar sin recordar que, aunque los pescados de río no contienen anisakis, me tiré varios días cagándome vivo por una difilobotriosis o tenia de los peces. La muerte a pellizcos.
Silencio, dando gritos sordomudos,
silencio porque ya está todo claro,
silencio, que amortigua tu disparo,
silencio, en monosílabos desnudos.
Silencio, desde atrás de los escudos,
silencio, con profundo desamparo,
silencio, donde ya no alumbra el faro,
silencio en compromisos ahora viudos.
Silencio, desde la alcoba de espera,
silencio, desde la cuna a la tumba,
silencio con redoble de tambor.
silencio, que estamos en primavera,
silencio, cuando la flor se derrumba,
silencio, que están hablando de amor.
Extranjero en todas partes. Una búsqueda insoportable de su
propio lugar. Había perdido la cuenta de los cambios de vivienda. Allá
donde fueran él seguía siendo el chico de la piel rara. Una piel reseca y
agrietada que le daba apariencia de anciano. No había niño ni adolescente que aguantara
más de tres meses en un colegio. Si solamente fuera por las bromas tendría un
pase. Pero el hecho de que su piel mejorara de aspecto al contacto con el agua
no tardaba en pasar inadvertido y la crueldad infantil encontraba divertido
sumergirle en las fuentes, piscinas, charcos, duchas….
Por ello siempre habitaban ciudades costeras. En verano
pasaba el día en la playa, haciendo surf, invisible para todos. Sobre la tabla,
o buceando, eran los únicos momentos en los que no se sentía herido. Física
y anímicamente.
Aquel otoño, al entrar en el nuevo instituto, las agresiones
fueron cada vez más graves. Tras la última paliza, en que le rompieron varias
costillas, tardó en recuperarse. Aunque sus huesos habían soldado, no se sentía
bien.
La mañana que debía volver a clase se dirigió a la playa. El
mar bramaba con olas de cinco metros. Se desnudó en la orilla y se adentró en
el agua. Algunos paseantes intentaron disuadirle y fue dado por muerto. Sin
embargo, estaba más vivo que nunca, desde que en el hueco de sus fracturas costales,
sus bronquios se abrieron transformados en branquias.
Paciencia es respirar tragos profundos
en más de una ocasión insoportable,
tratar de no perder la cara amable,
contando lentamente los segundos.
Paciencia es contener los furibundos
deseos de homicidio inevitable,
dejando al energúmeno que hable
sin pausa hasta rendirnos moribundos.
Paciencia es controlar las pulsaciones,
paciencia es no estresarse con el ruido,
paciencia es silenciar las emociones,
con más de un despreciable malnacido,
paciencia es que te toquen los cojones
y no acabar el día detenido.
Pues hoy no escribiré ningún soneto,
me niego, ya está bien de tanto verso,
sin mí puede seguir el universo,
que yo por hoy prefiero estarme quieto.
Me quedo en mi escondido parapeto,
tranquilo, mayestático y disperso,
en planes y propósitos inmerso,
ajeno a la cuarteta y al terceto.
Hoy dejo de ir contando dedo a dedo
las sílabas del verso que proceda,
no soy ni Garcilaso ni Quevedo,
ni Góngora, ni Lope, ni Espronceda,
poder, lo que es poder, se que no puedo,
y a mí me importa un bledo que no pueda
Que un tipo en su sano juicio,
con sobrepeso y pasados los cincuenta pretenda aprender a patinar, es
algo de lo que podríamos hablar otro día.
En la última guardia el 061, ya
saben, los del mono naranja, acudió a un domicilio por un accidente
doméstico con fractura de tibia y peroné, traumatismo cráneo encefálico y
facial y asfixia severa por ahogamiento.
J.R.M., operario
de limpieza, adquirió por internet, días antes unos patines en línea.
Siguiendo un tutorial de YouTube, comenzó a practicar apoyando las manos en las
paredes del pasillo de su casa, con la intención de entrenar el equilibrio.
Según manifestó
posteriormente, se fue envalentonando y abandonó los pasos de bebé para
emprender ligeros deslizamientos a lo largo del pasillo. Dado que, en uno de
los extremos del mismo se encontraba el cuarto de baño, como resultado de unos
de esos deslizamientos el sujeto perdió el control, abalanzándose sobre su
puerta entornada. Entró amortiguado en el baño y el choque contra la cesta
de mimbre para la ropa sucia le hizo rebotar y caer en posición anómala, lo
que fracturó tibia y peroné. En dicha caída, su cabeza quedó
encajada en el inodoro, con fractura de frontal, pómulos y maxilar.
Además, sobrevino un cuadro de hipoxia severa al no poder respirar otra
cosa que la orina no evacuada por no tirar de la cadena.
No aguanto que el reloj esté atestado
de todo lo que tengo por hacer,
del banco, del trabajo, del taller,
de tanto deambular para otro lado.
Se ve que el segundero está lastrado,
por todo lo que no he zanjado ayer,
y queda algún pequeño menester,
que tiene al minutero preocupado.
Prefiero rellenar de ti mis horas,
ocultos y escondidos en burbujas,
que el tiempo no nos haga ningún mal.
Y aparte de mis ansias soñadoras,
por no sobrecargar a las agujas,
mejor compro uno nuevo, digital.
Qué lentos los segundos en la espera,
qué rápidos se pasan a tu lado,
el tiempo es de lo más descompensado,
y en sí, cada ocasión es pasajera.
Ayer rememoramos la primera,
la última ya casi se ha escapado,
y el lapso inexorable y despiadado,
se esfuma como el humo de la hoguera,
Por eso consumimos la existencia
echando cada vez más leña al fuego,
domando el pertinaz desasosiego
tan tácito y voraz de la impaciencia,
sumándole valor a la presencia,
mordiendo al pronunciar cada "hasta luego",
El clima está desquiciado,
hace calor, hace frío,
está medio seco el río,
llueve barro colorado
El clima está perturbado
asciende el nivel del mar,
el bosque se va a secar.
Cualquier día cae en Kenia,
nieve con esquizofrenia
y hace un frío bipolar
Las ganas son el sumo carburante,
las ganas son gasoil o gasolina,
las ganas son remedio y medicina,
las ganas son los pasos del gigante.
Las ganas son el brillo del diamante
las ganas son el sueldo y la propina,
las ganas son el premio en la vitrina,
las ganas son la sangre palpitante.
Sin ganas el desierto es infinito,
sin ganas no entra el sol por las ventanas,
sin ganas el jardín está marchito,
sin ganas se adormecen las mañanas,
sin ganas, aunque el mundo sea bonito,
sucede todo igual, pero sin ganas.
Voy a contarles el cuento
de mi buen amigo Ignacio
cuando una vez fue batracio
presa de un encantamiento.
Una bruja, de escarmiento
y un poquito por cojones
por unas cuantas cuestiones
le transformó en un anfibio
y el tan solo encontró alivio
en sus preciosas canciones.
Hete aquí, que en el palacio
la despistada princesa
quiso besarle, traviesa,
aunque él fuera algo reacio.
Así que le pidió espacio
y alguna que otra cosilla.
"Como mucho en la mejilla
me puedes dar ese beso,
y si no te gusta eso
pues pueden darte morcilla"
El caso es que nuestro amigo
no se sabe bien qué hizo
más se libro del hechizo
y del infausto castigo.
Yo que también fui testigo
por ser sapo aquellos años
compartiendo aquellos baños
a tu salud me emborracho
y deseo, amigo Nacho
que tengas feliz cumpleaños
