El pellizquicidio
Algunas modas van a matarnos, pensé, mientras observaba al pescadero destripar una trucha arrastrando el dedo índice por el vientre del pescado.
Vale que el tartar sea una delicia. Vale que se pueda consumir pescado crudo con cierta seguridad si es previamente congelado. Vale, incluso, que había invitado a cenar a Rosita tantas veces como negativas obtuve. Y hasta podría admitir que la cocina se me da lo suficientemente bien como para que mi caprichosa pretendida pudiera escoger el plato que quisiera.
El caso es que siendo la cena esa misma noche ya no tenía tiempo de congelar y descongelar la puñetera trucha. Y ahí estuve yo, toda la tarde separando su carne de las espinitas, picándola a cuchillo y dejándola macerar con algún condimento secreto que no voy a revelar aquí.
Y bueno, aparte de la decepción que supuso el que Rosita anulara la cena en el último momento con una vacua excusa, y de lo delicioso que estaba mi tartar de trucha, no quiero terminar sin recordar que, aunque los pescados de río no contienen anisakis, me tiré varios días cagándome vivo por una difilobotriosis o tenia de los peces. La muerte a pellizcos.
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