Piel rara
Extranjero en todas partes. Una búsqueda insoportable de su
propio lugar. Había perdido la cuenta de los cambios de vivienda. Allá
donde fueran él seguía siendo el chico de la piel rara. Una piel reseca y
agrietada que le daba apariencia de anciano. No había niño ni adolescente que aguantara
más de tres meses en un colegio. Si solamente fuera por las bromas tendría un
pase. Pero el hecho de que su piel mejorara de aspecto al contacto con el agua
no tardaba en pasar inadvertido y la crueldad infantil encontraba divertido
sumergirle en las fuentes, piscinas, charcos, duchas….
Por ello siempre habitaban ciudades costeras. En verano
pasaba el día en la playa, haciendo surf, invisible para todos. Sobre la tabla,
o buceando, eran los únicos momentos en los que no se sentía herido. Física
y anímicamente.
Aquel otoño, al entrar en el nuevo instituto, las agresiones
fueron cada vez más graves. Tras la última paliza, en que le rompieron varias
costillas, tardó en recuperarse. Aunque sus huesos habían soldado, no se sentía
bien.
La mañana que debía volver a clase se dirigió a la playa. El
mar bramaba con olas de cinco metros. Se desnudó en la orilla y se adentró en
el agua. Algunos paseantes intentaron disuadirle y fue dado por muerto. Sin
embargo, estaba más vivo que nunca, desde que en el hueco de sus fracturas costales,
sus bronquios se abrieron transformados en branquias.
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