El hilo rojo
Pendíamos de un hilo carmesí
comprado en un bazar de todo a cien
y tú lo cercenaste con desdén
y un frío y descarnado bisturí.
Y yo, como un inerte maniquí,
sangrando a borbotones por la sien,
fundí todas las luces del Edén
después de no escucharte decir sí.
Sumido en semejante desazón
en vez de componerte una canción
soltando un lagrimón de cocodrilo,
abrí mi corazón de par en par
a un vaso que he encontrado en este bar,
frustrado por haber perdido el hilo.