Daños
Los gatos de mi calle me observan, compasivos,
regando los geranios con lágrimas añejas;
mis sueños se atrincheran detrás de las orejas
temiendo que los anclen en puntos suspensivos.
Mis dedos se pellizcan por ver si siguen vivos,
pues ya sólo me sirven si acaso cuento ovejas;
la sal se ha divorciado del plato de lentejas
y el tiempo no pronuncia pronombres relativos.
El caso es que respiro con algo de desgana
y el aire que me envuelve parece esta mañana
que pesa como el manto metálico del globo.
Aparte del presente catálogo de daños,
los ánimos parecen por día más extraños
y guardo los latidos con cepo y antirrobo
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