El boxeador
Aquel niño esmirriado, que recibía palizas callejeras sin hacer el menor gesto de pedir socorro, estaba a las puertas de la gloria.
Sangraba por la nariz el primer día que cruzó la puerta del gimnasio y el entrenador, al verlo, le abrazó y le dijo al oído "te prometo que no sangrarás más "
Fueron muchos años de sufrimiento y sacrificio, de entrenamiento físico y mental. El entrenador se convirtió en un padre para él y le transformó en un animal, rápido como una pantera pero devastador como un gorila.
Tumbado en la lona oía la cuenta atrás, retumbando en sus oídos como si gotearan las últimas gotas de su sangre.
El campeonato mundial de peso ligero estaba a punto de decantarse para Hwan-Yun Park, un coreano con modales de matón.
A la cuenta de cinco, con la vista medio nublada, distinguió como el adversario encaraba a su entrenador y le agarraba por el cuello.
Sintió como la adrenalina le quemaba las venas y de un salto se puso en pie, medio tambaleándose. Lanzó su último gancho de derecha al aire y se dobló al recibir un puñetazo en el hígado. Miró a su entrenador antes de desconectar para siempre
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