Adán
No había un paraíso terrenal,
tan solo un triste horario de oficina,
y no existía fruta clandestina,
ni un árbol para bien o para mal.
Pecar no resultaba original,
pero ella me endulzaba la rutina,
prendado de su andar de bailarina,
pegando la nariz tras el cristal.
Yo siempre desayuno una manzana,
con un descafeinado que me dan
el rato que me salgo de la cueva,
y allí, soñando tras de la ventana,
pensaba que yo no era un mal Adán
capaz de acompañar a aquella Eva.
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