Deborah
Tal vez mi vida no tuviera mucho sentido, pero hay cosas que si no te ocurrieron a los veinticinco, no te van a pasar a los cincuenta. Por eso, debió extrañarme que Deborah, de veintisiete, cuerpo escultural adecuadamente evidenciado por su breve vestuario, y sonrisa angelical, se me acercara en la barra de aquel pub. Las tres cervezas que llevaba ayudaron a tragarme el anzuelo, así que me metí en aquel jardín sin pensarlo. Tras cuatro rondas más, y ojear descaradamente el escaparate de su escote, me dejé arrastrar hasta su coche visiblemente borracho. Me quedé inconsciente antes de llegar al destino.
Desperté en el centro de una enorme piscina, sobre un monolito de piedra encharcado en sangre, y con un fuerte dolor en el costado izquierdo. Aterrado, descubrí una sutura reciente que rezumaba aún algo de sangre. En el borde de la piscina había una mesa con un daikiri y un maletín. Me tiré al agua e intenté nadar a braza entre dolores insoportables. Salí por el extremo escalonado y abrí el maletín. Había unos cinco mil euros en billetes de veinte. Y una nota que decía: ha sido una noche increíble. Volveremos a vernos. Deborah.
Muy rico el daikiri
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