miércoles, mayo 31, 2006

Al filo de lo invivible

De cómo llegué a esta situación prefiero no hablar. Es un cúmulo de circunstancias que no vienen ahora al caso.

Tomé conciencia del estado de las cosas cuando recibí una carta de la Sociedad Internacional de Alpinismo, fechada el catorce de marzo pasado y remitida por el presidente de dicho organismo, Sir Wallace Mountain, desde la sede central de Southampton. Mr. Mountain me expresaba, en primer lugar, su más sincero agradecimiento por mi aportación al mundo de la escalada de una nueva cota, un nuevo pico de los denominados “ochomiles”, lo cual suponía un evento sin precedentes. Esto incluía a España, anclada en los 3718 metros del Teide, en el mapa de la elite alpinista mundial. Por otra parte, me emplazaba para tratar, en una entrevista personal, la posibilidad de organizar una expedición para conquistar la cúspide por primera vez.

En principio quedé perplejo. No tenía ni idea de a qué se refería el tal Sir. Fue tras el desayuno, que me dispuse a dejar el menaje en el fregadero, cuando caí en la cuenta de la gravedad del asunto. Una montaña de platos, vasos, ollas, cacerolas y demás utensilios de elevaba en la pila hasta donde no alcanzaba mi vista. El pico no era divisable por la nubosidad que lo envolvía, pero podía contemplar hielo en platos situados por encima de los 3000. Tampoco era alarmante. Los había usado en navidad para montar unas claras a punto de nieve.

Una persona como yo, que no se deja impresionar fácilmente, no le hubiera dado mayor importancia. Sin embargo, hubo un hecho que me conmocionó y modificó a partir de entonces mi vida rutinaria. Y fue que, al proceder a servirme un vaso de agua para reponerme de la impresión, comprobé que no quedaba ninguno limpio. Y no sólo eso. Tampoco quedaban platos ni cubiertos.

La disyuntiva era clara. Fregar o comprar. Durante días medité el asunto, en tanto usaba desechables y recipientes plásticos de comida preparada. Por fin, llegado el verano, decidí acometer la ascensión y comenzar, aprovechando las vacaciones veraniegas, la ardua tarea de fregar los platos acumulados.

Lo que se relata ahora es el cuaderno de viaje de dicha empresa.


1 de Julio, sábado.

Comienzan mis vacaciones. Estoy saliente de noche, así que dedico el día a dormir para reunir fuerzas.

2 de julio, domingo

He preparado dos mochilas. En una he incluido alimentos, material de escalada, logística e infraestructura variada. Ropa de abrigo, linternas, el móvil, un ordenador portátil con conexión inalámbrica a internet (para leer el Marca a diario) y una tienda de campaña. En la otra, vajilla que había ido acumulando en la bañera por falta de espacio, con la intención de elevar algo más la cota y superar, en la medida de lo posible, los 8848 metros del Everest.

3 de julio, lunes

Intento reclutar a mi madre como sherpa. Me dice que me peine. Apelo a su solidaridad, Lo consigo. Me dice que contrate a alguien que se ocupe de mis tareas domésticas, que cree empleo. Me niego. Soy un hombre de principios, y en principio no tengo un duro.
Son los primeros obstáculos que me encuentro. No flaqueo. Mayores adversidades me he de encontrar.

4 de julio, martes

Soborno a dos cucarachas del cuarto de baño para que me acompañen. Las llamo Mulepati y Dorjie, en homenaje a la pareja que contrajo matrimonio en la cima del Chomolougma en 2005. Todo está preparado. Mañana partimos

5 de julio, miércoles

Comienza la ascensión. El día es soleado y caluroso, 37 grados a la sombra. Escogemos la cara norte, la que da al grifo del fregadero. Ha sido una difícil elección. Es la cara más húmeda, pero parece la más accesible. La cara sur añade metro y pico más de la altura de la encimera. Tampoco vamos a excedernos.

6 de julio, jueves.

Acampamos en una paellera que usé en septiembre. Que bien lo pasamos aquel día. Fue la primera vez que le cogí el punto al arroz. Mulepati y Dorjie prueban algunos granos del socarrat que, aunque algo descompuestos, conservan el sabor y me dan su aprobación.

7 de julio, viernes.

¡Coño, el cenicero! Lo había echado en falta. Ya no tendré que usar los vasos vacíos de yogur. Hemos alcanzado los dos mil metros. Lo celebramos con comida rápida. Nos ventilamos una olla de callos en diez minutos. Añado la olla vacía a la mochila de menaje. Batiremos el record, seguro.

8 de julio, sábado

Mulepati y Dorjie han discutido. Esto ha enturbiado el cordial ambiente que se respiraba. Para colmo, leo el Marca on line. España ha caído en cuartos con Trinidad y Tobago. Guardamos un minuto de silencio, que estas malditas cucarachas no respetan porque no dejan de insultarse. Comienzo a impacientarme.

9 de julio, domingo

Hace frío. Las fuerzas flaquean. Llegamos a los cuatro mil y ni lo celebramos. El silencio es desalentador. Intento mediar entre mis sherpas, sin éxito. Debo sobreponerme. Llamo a mi madre por el móvil. Me dice que me abrigue. Me pongo una trenca.

10 de julio, lunes.

Contemplamos un curioso paisaje. Ha crecido un maizal en una cacerola. Al parecer, granos de maíz de una ensalada que hice en enero han germinado. Tomo fotos con la cámara del teléfono. Es increíble. A estas alturas. Hacía días que no hallábamos vegetación.

11 de julio, martes

Al menos, se han reconciliado. Eso ha añadido una nota de alegría. Sin embargo, las noto apagadas. Se mueven con mucha lentitud. Debe ser el frío. Nos cuesta mucho trabajo respirar. No es sólo la falta de oxígeno. Los gases de la descomposición de los alimentos se acumulan a partir de estas cotas. Debí traerme bombonas y mascarillas, pero claro, siempre quiero hacer las cosas del modo más difícil, y así me va.

12 de julio, miércoles.

Hoy hace una semana que partimos. Esto es una mierda. Los científicos aseguran que en caso de invierno nuclear, sólo sobrevivirían las cucarachas, y estas dos desgraciadas la han palmado a las primeras de cambio. Murieron abrazadas mientras dormíamos. Debí traerme a mi madre. Ella sí que tiene aguante. Monto el campamento base en los 7500. A partir de aquí estoy solo. Me replanteo mi vida. Cunde el desánimo.

13 de julio, jueves.

Cada vez es más difícil. Sólo he avanzado 500 metros. Se me han congelado las lentillas. No me siento las piernas. Anoche tuve una pesadilla. La montaña se desmoronaba bajo mis pies y tardaba semanas en recoger los fragmentos. Comienzo a tener serias dudas sobre el éxito de la empresa.

14 de julio, viernes.

Hoy no he progresado por la ventisca. He llamado a mi padre para felicitarle el cumpleaños. Me dice que cuándo voy a ir a verlos. No puedo con tanta presión. ¿Y si cambio de piso y lo dejo todo intacto? Mal síntoma. Tengo que descansar. No puedo rendirme ahora.

15 de julio, sábado

Por fin mejora el tiempo. He retomado la marcha con renovados bríos. Con un poco de suerte mañana corono. 8450 y subiendo

16 de julio, domingo

Para haberme matado. Puse el pie en un cucharón de sopa que parecía estable y por poco me despeño. He tardado medio día en reponerme del susto. 8750. Lo voy a conseguir

17 de julio

Por fin. Lo logré. Hoy es uno de los días más felices de mi vida. Coroné a 8830 metros, pero vacié la mochila y finalmente suman 8847,9. He apoyado una espumadera entre dos sartenes y con ello alcanzo los 8848,3. Record mundial. He llorado durante media hora. Primero de la emoción. Luego ha sido peor. He rebuscado en la mochila. La he vaciado por completo, pero la cruel realidad me ha golpeado con dureza. Me he dejado abajo el mistol y el estropajo. Tengo que volver.