Amistades peligrosas
Daniela
Daniela era la fruta del deseo,
un ángel conjugando el verbo amar,
un sueño pornográfico en mi alcoba.
Daniela era una gata en el recreo,
un cuento complicado de contar
sin más Caperucita que la loba.
Daniela era un erótico paseo
con pausa en cada mínimo lunar
y trenzas con reflejos de caoba.
Daniela era la diosa de este ateo
que no tenía a nadie a quien rezar
y nunca había sido un casanova.
Daniela era un ardiente ronroneo,
un junco femenino y singular,
un tibio resplandor de supernova.
Cansada de bailar con el más feo,
prendió una hermosa hoguera en el altar,
guiñó y se fue volando con su escoba.
María
María iba dos pasos por delante,
su risa era mi opiáceo legal
y a ratos me follaba el intelecto.
María era una sílfide elegante,
un beso negociado en el portal,
un coito diseñado en un proyecto.
María era bellísima y distante,
ninguna carantoña era casual
y siempre me encontraba algún defecto.
María era afilada y arrogante,
no había beneplácito sexual
si no leía antes mi prospecto.
María era ingeniosa más que amante,
un frasco con orgasmos de cristal,
la causa camuflada en el efecto.
Un día se apagó por un instante,
me dijo que lo nuestro no iba mal
pero ella ambicionaba algo perfecto.
Gabriela
Gabriela era un oscuro precipicio
de vino, drogas, sexo, rock and roll
y gustos lujuriosos y salvajes.
Gabriela era académica del vicio,
su cuerpo estaba fuera de control
e impreso de hermosísimos tatuajes.
Gabriela no tenía más oficio
que hinchar algún partido a Peñarol
luciendo lencería con encajes.
Gabriela siempre estaba de servicio,
me hacía fornicar de sol a sol
y yo me entretenía en sus paisajes.
Salía rara vez del edificio,
si acaso por un paracetamol
y a veces no leía mis mensajes.
Rompimos al tener más que un indicio
de estar en un vulgar juego de rol
con muchos y variados personajes.
Y yo
A veces fui tan solo Juan Antonio,
un tipo desgarbado y sin raíces,
que no es ni lo mejor ni lo peor.
Algunas veces santo, otras demonio,
a ratos suturando cicatrices,
a ratos subsistiendo con honor.
Tan solo tuve un triste matrimonio,
sin sal, sin aventuras, sin deslices,
basado en la insistencia de un error.
Perdí mi limitado patrimonio,
no fuimos ni compinches ni felices
y dimos un portazo con dolor.
Las otras son el vivo testimonio
de un mundo saturado de matices,
de idiocia, de arrogancia, de temor.
Algunas, una bomba de plutonio,
perversas, licenciadas, aprendices,
e, igual que yo, sin gracia en el amor.

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