Ni en sueños
Scarlett me sonreía libidinosamente y secuestraba mis ojos sin
remedio, de forma que la playa paradisíaca, los cocoteros y el cielo azul
desaparecieron.
Besó lentamente mi cuello provocando una añorada e inmediata
erección. Empezó a quitarme uno a uno los botones del uniforme cuando una voz
la detuvo.
—Déjalo, mala pécora. Él es sólo mío.
Jessica Chastain, mi pelirroja favorita, se acercaba caminando
sensualmente vistiendo un espectacular bikini negro.
—De eso nada, monada. — replicó mi Scarlett.
Y abandonando su desabrochadora labor, plantó cara a Jessica,
bloqueando su paso.
—¿Me lo vas a impedir tú, retaca? — la retó Jessica, lanzándome un
guiño cómplice.
—Chicas, chicas, no os peleéis. Podemos pasarlo bien los tres— dije
en tono conciliador.
—Juan, despierta
La voz parecía atronar en la playa, como si un dios malvado
quisiera evitar lo inevitable.
De pronto, mientras mis admiradoras discutían como verduleras, dos
suaves manos taparon mis ojos por detrás.
—¿Quién soy? — dijo una voz aterciopelada.
—No puede ser— balbuceé. —¡¡Eres Tokio!!
En efecto, las interminables piernas de Úrsula me atraparon desde
atrás, mientras me lamía la espalda hasta la nuca. Puse los ojos en blanco y me
disponía a volverme para besarla cuando tragué una ráfaga de arena.
—Ponte a la cola, flacucha— gritó Scarlett.
Úrsula intentaba quitarse la arena de los ojos, pero las uñas
postizas no consiguieron otra cosa que descolgarle la pestaña derecha, también
de pega.
—Te vas a comer la playa entera, enana de los cojones— exclamó
escupiendo arena.
Y, poniéndose en pie se abalanzó sobre la rubia más deseada.
Forcejearon y Jessica las embistió derribándolas al suelo.
—Juaaaaan. ¡Despierta ya!
De nuevo la voz atronadora retumbó en la cala. Miré alrededor. No
había nadie. Lo más importante en aquel momento era pacificar a mis
complacientes adoradoras.
—Parad, por favor, me gustáis las tres. Vamos a organizarnos.
¿Hacemos un cuarteto?
Úrsula estaba intentando hacer tragar un manojo de algas a
Jessica, mientras Scarlett le tiraba del pelo. En el fragor habían perdido los
sucintos trajes de baño y ahora forcejeaban completamente desnudas. Al oírme,
la morena peligrosa detuvo sus pretensiones nutricionales y se volvió hacia
mí.
—¿Estamos en carnavales o qué? — dijo con desprecio, mirando mis
cuatro dedos extendidos
Las tres echaron a reír. Scarlett salpicó a Úrsula un poco de
arena y esta le correspondió. Jessica alargó la mano para limpiar los labios de
la flamante Tokio. Se miraron un segundo y se fundieron en un tórrido beso.
Jessica se apartó un instante y atrajo a la rubia. La besó.
No daba crédito a mis ojos. Las tres se entregaron a una orgía de
caricias, besos y frotamientos en la que, por algún motivo, se me estaba
negando a participar.
—Chicas, estoy aquí. — dije prudentemente, dando a entender que no
quería molestar.
Jamás nadie me había ignorado tanto.
—Juan, despierta de una vez
La voz hizo temblar la playa. Miré al cielo. Por primera vez me
planteé qué estaba haciendo con el uniforme del hospital en una playa caribeña.
Obviamente estaba soñando. O más bien, teniendo una pesadilla. La voz se
hacía más nítida a medida que iba despertando.
—Joder, Juan. Esto no es normal. No puedes quedarte dormido a las
once de la mañana en el trabajo