Balas
Un casamiento con cubiertos de trescientos euros. Un viaje de novios de dos semanas a las Seychelles. Un ático en Barcelona, en Plaza Kennedy, de ciento ochenta metros cuadrados y terraza de sesenta, con jacuzzi. Un apartamento en Marbella, una Visa Gold y un Audi Q7. Y un hastío mortal cada vez que hacían el amor.
No podía evitar el sentir náuseas cada vez que él la besaba. Empezó a consumir cocaína para poder soportarlo. Luego, el chófer, el entrenador personal y un reguero interminable de amantes ocasionales. Y mientras, su flamante esposo, sumergido en importantísimos casos en el bufete, para tener prestigio y dinero con los que mantener a su mujer adecuadamente insatisfecha. Una mujer de hielo, le decía.
El socio de su marido era un estúpido petulante, envidioso y malnacido, que se jactaba de amar el riesgo y de ser un mal bicho. Bastó llevar la blusa sin sujetador y un par de botones más abierta para tenerlo en la cama comiéndole el coño y alardeando de la traición.
Urdió secuestro y asesinato, pero dejó que el imbécil de su nuevo amante se apropiara de ese plan. Sintió un inmenso alivio al disparar contra los dos. Y uno aún mayor al atravesarse el cráneo con la tercera bala.
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