Coletas
La bicicleta frenó de golpe. El rotor de los platos se había fragmentado, saliéndose la cadena aparatosamente. En medio de ningún sitio, en aquel frondoso bosque, estaba a treinta kilómetros de cualquier lugar civilizado. Habían decidido ampliar el radio de búsqueda y la falta de voluntarios les había obligado a separarse. Muchos habían abandonado, pero necesitaba imperiosamente los diez mil euros de la recompensa.
Bebió un trago de agua y se sentó a descansar un instante. El viento movía las nubes con celeridad y aparte de eso y del sonido de sus tripas por el hambre incipiente, no se oía un alma. De pronto, entre los arbustos, sonó algo parecido a un cascabel.
Se abalanzó sobre los matorrales y allí estaba, lamiéndose descaradamente las pelotas, Coletas, el gato persa de la mujer del presidente. Se dejó coger mansamente. Lo envolvió en una sudadera y lo metió en la mochila. Agarró la bicicleta y resignado comenzó a caminar. Aún quedaban muchos kilómetros hasta el Palacio de la Moncloa
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