La meiga
Siempre tuve cara de empollón, sobre todo porque desde los
nueve años soy miope y me plantaron unas gafas redondas en la cara. No sé si
eso me ayudó, pero me licencié en química en Oxford y cursé un máster en cocina
molecular. Como los mejores cocineros del mundo están en España, tuve claro
trasladarme a Galicia para abrirme camino en el exigente mundo de la
restauración. Galicia, por su gastronomía y sus materias primas, me parecía un
sitio inigualable y yo, Harold Berkeley, ambicionaba tener un lugar a la altura
de Jamie Oliver, el cocinero más mediático de mi país.
Debo confesar que siempre he tenido una pasión oculta: el
ilusionismo. Desde hacer juegos de manos con naipes a emplear determinadas
reacciones químicas para lograr efectos visuales. Abrí un restaurante en
Santiago de Compostela, “La meiga”, en el que además de jugar con la
gastronomía local, algunas noches amenizaba los postres con algunos trucos. Como
hacer sujetar una carta con los dedos a un voluntario y que se transformara
en una galleta de chocolate.
Creo que fue por todo esto, y por mi deconstrucción del pote
gallego, por lo que me apodaron, sin maldad, Harry “Pote”
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