La Canguro
Hay vidas en las que habría sido mejor no levantarte de la
cuna. Vidas grises en las que no hueles el podio ni de lejos. Vidas cansadas que
tomaron un mal camino y nunca se enderezaron.
Y aquí estoy yo. Tras dos matrimonios tormentosos y varias empresas
derruidas, preparándome un gin tonic mientras cumplo el séptimo día de arresto
domiciliario. En mala hora me ofrecí a llevar a su casa Carla, la canguro del
bebé de mi última novia. Durante todo el trayecto me puso la cabeza como un
bombo, acerca de lo cara que era la universidad, los libros, el alquiler… Cuando
paré en su puerta, me pidió un extra por cuidar del pequeño Hugo. Quizá debí
explicarle lo caras que eran todas mis facturas, los impuestos que tenía
que tributar, o incluso lo bien que Cristina le pagaba la hora mientras ella
veía la tele y hablaba por el Whatsapp con las amigas. Pero no. Yo tuve que
soltar una carcajada y decirle:
—
¡Ni de coña! ¡Anda, baja!
Ella me sonrió lascivamente, desabrochó lentamente los
botones de su camisa y me dijo:
—
Vale, como quieras
Y bajo corriendo del coche gritando:
—
¡Socorro, por favor, que alguien me ayude!
En fin, no creo que nada pueda ir peor. Mierda. No hay limón.
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