Frank
Podían ver relampaguear la tormenta encima de sus cabezas. Justo habían acabado de coser la garganta, desgarrada durante la pelea, y amarraron deprisa su cuerpo a la camilla con correas de cuero, mostrando el pecho hacia el tragaluz que se abría en el techo.
Justo cuando el cielo volvió a iluminarse, él accionó la
palanca y la descarga se condujo a través del pararrayos a los electrodos
situados por su cuerpo, que se arqueó hasta apoyarse únicamente en la cabeza y
las patas traseras. Volvió a desplomarse en la camilla y el monitor reflejó
actividad cardiaca. Ella inició la transfusión y se miraron. Ya sólo cabía
esperar. El hermano gemía, sentado sobre las patas traseras y giró la cabeza para
lamer sus manos.
Cuando terminó la segunda bolsa, su cuerpo comenzó a moverse.
Liberaron las correas y unos segundos después, el enorme Rottweiler se puso
pesadamente en pie sobre la camilla. Saltó y olisqueó en el comedero unas bolas
de pienso que comenzó a triturar con sus poderosas mandíbulas. Dejó caer
de su boca el bolo y se volvió hacia ellos con la mirada nublada. Gruñó. Ellos
le habían devuelto a la vida. Y ellos le habían obligado a pelear.
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