Sin frenos
一No alcanzo a comprenderte. Sabiendo lo que va a ocurrir… ¿no te entran dudas?
— 一A ver cómo lo explico. Imagina que vas en tu coche por una carretera cuesta abajo. La inclinación hace que el bólido acelere sin remedio. A lo lejos vislumbras que la carretera acaba en un gigantesco y sólido muro de hormigón, inevitable, impermeable, definitivo. Descubres que no tienes frenos. Da igual que sea una avería o un sabotaje. El caso es que el dispositivo no funciona. Y aunque estuviera intacto, la pendiente y la velocidad harían imposible evitar la colisión. Tomas conciencia de que te vas a hacer mucho daño. Posiblemente no sobrevivas al impacto y, si lo haces, las secuelas serán tales que te marcarán de por vida. Y, en ese momento, con el corazón palpitando a más revoluciones que el motor, piensas que tal vez sea posible atravesar la pared. O que, inesperadamente, en el último instante se abrirá, convirtiéndose en una línea de meta y la sobrepasarás entre vítores y aplausos y ella, en el podio, te esperará para entregarte el ramo de flores que te convertirá en el campeón. Y, en vez de morirte de miedo, aceleras. Pisas tan a fondo que el motor se bloquea y las ruedas patinan desgastando el caucho de sus neumáticos. Pierdes el agarre y te abalanzas hacia el final dando vueltas como una peonza, sonriendo como un imbécil esperanzado en la improbable ofrenda, en el premio al valor, al arrojo, a la imprudencia. Porque, puestos a aplastarse contra la tapia, es mucho mejor si disfrutas el camino, si te ilusiona una fantasía, si te engañas con un desenlace imaginario. Porque, a esas alturas, cada uno de los añicos en los que estás destinado a convertirte será un añico feliz, satisfecho por haberse entregado en cuerpo y alma a un anhelo. Cada átomo en el que te descompongas estará esbozando una sonrisa por haberlo intentado hasta el final soñando atardeceres cogidos de la mano, inventando diálogos desternillantes, idealizando cada reverso tenebroso y desconocido de ella. Cada mota de polvo que difícilmente rememore tu existencia habrá formado parte del más puro y profundo de los sentimientos que se puedan albergar. Y, créeme, puestos a escoger un desenlace, estimula mucho más esta idea que la de acabar en una cama de hospital, con decena de tubos insertándose en tu cuerpo por orificios naturales y artificiales, agarrándote miserablemente a la vida sin que, cada uno de los latidos que te han mantenido en pie hasta ese momento, puedan evitar sonrojarse de vergüenza por haber sido tan insulsos, tan desprovistos de sentido y de valor, sin una musa que inspire cada miserable taquicardia provocada por la intolerancia al esfuerzo en una vida sedentaria y no por el enaltecimiento de la más imponderable ternura.
— 一Pero, lo que no entiendo es… ¿por qué?
— 一Por amor, imbécil… por amor.
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