El loro de Gyurcsany
Dentro de la extensa variedad en la fauna científica es más que notable el caso del neurótico perro de Pavlov, obsesionado con las campanas hasta el punto de caérsele la baba.
Menos conocido es sin embargo el caso del loro de Gyurcsany. Ferenc Gyurcsany, nutricionista y fisiólogo húngaro nacido en Pecs en 1913, dedicó su vida a estudiar la relación entre la alimentación y el crecimiento de los anejos cutáneos, pelo y uñas. Gyursany, luego de finalizar sus estudios de medicina en la Universidad de Busapest en 1940, y de colaborar con la alemania nazi en el estudio de la fisiología semita durante la 2ª Guerra Mundial, se estableció en Gyor para alternar la docencia universitaria con su verdadera pasión, la investigación.
Los efectos de la post guerra se dejaron notar en a economía magyar, más aún con la instauración de la República Popular de Hungría, de talante comunista. El hambre hacía escasear las ratas de laboratorio pero Ferenc, inasequible al desaliento, decidió utilizar a su loro "Rakosi", llamado así en honor al jefe de gobierno, para sus experimentos nutricionales.
De tal manera, fue en mayo de 1947 cuando Gyurcsany comenzó a estudiar el efecto de la alimentación en la cantidad y calidad de las plumas y uñas. Inicialmente, "Rakosi" fue sometido a una estricta dieta a base de zanahorias y cebolla, obteniendo al cabo de pocos meses un bello plumaje lleno de brillo y colorido. Ante la escasez de alimentos, el científico se vió obligado a introducir cambios en la conducta alimentaria del psitácido. En febrero de 1948 comenzó a experimentar con algunas variedades de insectos y flores, pero la implantación de diversos planes de desarrollo en el país y la colectivización de la agricultura le obligaron a abandonar esta materia prima. En enero de 1949, experimentó el uso de un picado a base de raíces de matojo de un jardín cercano y concha de caracol desecada. Tanto el plumaje como la salud del pájaro se vieron afectadas, sufriendo "Rakosi" una copiosa diarrea durante varios meses que le llevó a perder peso y la mitad de sus coloridas plumas. Tras esquilmar el jardín, el investigador ideó una papilla en la que mezclaba agua, ralladura de tiza y polvo de las estanterías de su laboratorio. Ocasionalmente, al aporte protéico que suponían los ácaros, añadía algún arácnido que encontrara fenecido en el recinto. ""Rakosi" se veía anímicamente afectado por la pérdida total del plumaje, mostrándose en ocasiones ausente y taciturno ante las invitaciones a alimentarse de su amo. Otra función que se vió consideráblemente afectada en el animal fue el habla. De articular una treintena aproximada de palabras pasó, en menos de una año, a emitir unas pocas que, incluso, el científico nunca había oído decir antes ni le había enseñado a pronunciar, tales como "sádico" o "asesino". También acabó perdiendo las uñas, aunque esto fue debido a su resistencia a ser arrastrado hacia el comedero.
La negativa posterior del loro a ingerir alimento de cualquier tipo no supuso un obstáculo para el tenaz científico. Sabedor de que los avances de científicos americanos y del suizo Reichstein en lo relativo a las hormonas de la corteza adrenal les hacía firmes candidatos al Nobel, tomó la dolorosa decisión de intubar al loro. Previamente, había intentado sin éxito cortar o mitigar en la medida de lo posible la diarrea a base de perdigones. Esto había hecho aumentar de peso al animal, pero no solucionó el desarreglo intestinal. Tras la instauración de la sonda gástrica, Gyurcsani, siguió introduciendo modificaciones en la papilla base, intercambiando algunos elementos. Intentó aumentar el aporte de sales minerales sustituyendo el agua por su propia orina, pero no obtuvo mejoría. La introducción de otros nutrientes, como la pasta de papel, aceite de motor o la guindilla picante no hicieron otra cosa que empeorar la ya maltrecha salud de "Rakosi".
En junio de 1951, en una calurosa mañana, se produjo un hecho completamente inesperado. Ya hacía meses que el pobre pájaro no pronunciaba ninguna palabra, no se sabe si en rebeldía por la pobreza y racanería de su dieta o si tal vez era simplemente por la falta de fuerzas. El caso es que justo cuando Gyurcsani se disponía a administrarle su ración diurna de engrudo, el animal profirió su última y postrera palabra, "cabrón", y falleció.
Ferenc Gyurcsani postuló en 1953, tras analizar durante dos años los resultados de su trabajo que "la dieta inadecuada puede producir, inesperadamente, un deterioro en los modales y la educación de los individuos, hecho éste mediado posiblemente, aunque aún sujeto a experimentaciones posteriores, por alguna hormona de la corteza adrenal"
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