lunes, julio 15, 2024

Día 1. 15 de julio.

 Ha sido una mala noche. Nunca duermo bien si bebo o como en exceso y la celebración por el título de la Eurocopa de fútbol conseguido por España me pasó factura. También otras cosas. Un campeonato de fútbol obtenido en 14 de julio, el día del cumpleaños de mi padre. El pobre, que vivía para el fútbol, falleció dos meses antes de que España ganara el Mundial del 2010, y no pudo tampoco disfrutar las Copas de Europa del Real Madrid de los últimos años. El triunfo de anoche era para mí un homenaje a mi viejo.

También emprendía hoy un viaje en solitario, con el coche en cuarentena. 

Y había dejado a Lola con Curro. Es la primera vez que me separo de ella desde que está conmigo, hace ya casi cuatro años. He tenido una pesadilla con ella. Yo estaba en un plano espectral en el que aparecía mi madre, acompañada por una animal  una oveja o una cabra,  de un pelaje colorado y como difuminado. Lola tenía el mismo aspecto, y me miraba enseñándome los dientes. 

El caso es que me he levantado con  cierto pellizco en el estómago, he cargado el equipaje en el coche y he emprendido la marcha casi sin convicción. Incluso he quitado la música para seguir las instrucciones de la chica del Maps. Afortunadamente,  la idea inicial de llegar a Adamuz sin paradas se me ha pasado y me he desviado hacia la Butibamba. Un coche accidentado fuera de la carretera ayuda a poner las ruedas y los pies en el suelo. 

El bocadillo de lomo está, una vez más, insuperable. Mordisco a mordisco voy levantando el ánimo. Medito. El viaje podría  haberlo hecho acompañado. Pero quien quiso no pudo y quien pudo no quiso y, cada vez más, estoy por prescindir de la compañía innecesaria

Puede que el bocadillo me haya salido más caro de la cuenta. Al dar marcha atrás me he llevado por delante una barra de aluminio para evitar que aparquen en una puerta. Si hay cámaras se me caerá el pelo.

Me encaminó hacia Adamuz. Maps me advierte de un incendio grave en el itinerario. 

Yo viví un año en Adamuz, en 1975. El año pasado visité el pueblo y no fui capaz de identificar nada. Sin embargo, en los últimos meses estuve dándole vueltas y he querido volver para asegurarme. Efectivamente,  he reconocido la casa en la que viví y la explanada en la que jugaba, aunque hay otros lugares que me habría gustado encontrar y no ha habido suerte. 

Pongo rumbo a Ciudad Real. He quedado para almorzar con María Rosales. Mi humor ha mejorado considerablemente. Poco antes de llegar a Puertollano tengo la sensación de haber pinchado. Me detengo en un apeadero y compruebo que las cuatro ruedas están bien. Miro los bajos y descubro la tapa del cárter desprendida. La recoloco como puedo, pero me veo obligado a circular a no más de 80 km/h porque a partir de esa velocidad roza con el asfalto.

Encontrarme con María es siempre un bálsamo. Creo que pocas personas en el mundo me comprenden como ella y charlamos animadamente durante el almuerzo. Luego me acompañó a un taller y afortunadamente a las 18h pude poner rumbo a Albacete. 

Llego sin incidencias al camping, aunque un poco mosca al ser escoltado en los últimos metros por dos camiones de bomberos que se dirigían al recinto. 

Bojarra es un pequeño pueblo manchego cuya mayor atracción es un sendero en el que se pueden disfrutar sesenta esculturas. Llego al inicio del camino a las 21h. Un lugareño me dice que son 6 km se sendero. Consulto el ocaso y está previsto para las 21h30. Me va a coger la noche.

Avivo el paso. Decido hacer a trote los intervalos entre las esculturas. Pasadas las nueve y media llego a un cruce de caminos ambiguo. Decido seguir en una dirección. Paso un puente colgante y varios puentes de troncos sobre el río. Alarmantemente he dejado de ver esculturas. He recorrido cerca de dos kilómetros y el camino no tiene fin. Decido regresar y pasar el puente colgante aún con luz, antes de que caiga la noche. Llegado a la bifurcación ambigua, me quedan las opciones de volver por el camino que he hecho, con lo que regresaré con noche cerrada, o adentrarme en el sentido que había desechado. Afortunadamente tras la primera curva encuentro otra escultura. La noche me alcanza justo al llegar al pueblo. 

Recorro las calles buscando el primer bar abierto para premiarme con una cerveza helada.

Extraña gente los manchegos. No son más de las diez y todos los bares del pueblo están cerrados. Ni cerveza, ni migas, ni pisto, ni pista. 

Regreso al camping y casi me paro a perseguir a los dos conejos que se me han cruzado en la carretera. Me conformo con un par de latas de atún y calamares que llevaba en la mochila y agua. 

Espero que mañana haya menos contratiempos.