martes, enero 10, 2023

El dragón, la bruja y las cuatro pruebas de amor

— Princesa, yo seré tu pretendiente

y haré lo que me pidas tú, mi dama,

— Deseo que me traigas una escama 

del cuello del Dragón del Sol Naciente. 


Y allí me dirigí inmediatamente

y el monstruo todavía iba en pijama;

hostil, me recibió con una llama

dejando caldeado así el ambiente.


— Dragón ¿por qué te encuentras enojado?

— Hoy llevo siete noches desvelado

pues tengo entre los dientes un arpón.


— Permíteme ayudarte,  Rey del Fuego;

si quieres con mis manos lo despego

y tú me ayudarás en mi misión. 



Y así es que me hice amigo del Dragón;

juré volver un día a ver su herida.

Su escama me entregó,  misión cumplida

y pude regresar sin dilación. 


Mi dama me esperaba en el balcón.

— Jamás pensé volverte a ver con vida;

hoy viaja a la península perdida

y búscame la Flor de Sanación. 


Me fui a pedir la ayuda de mi amigo 

— Dragón,  vengo a por ti ¡viaja conmigo, 

la herida de tus dientes va a curar!


Partimos a buscar la flor balsámica,

volando en posición aerodinámica

buscando aquel recóndito lugar.



Topamos con la flor cerca del mar

rodeada por famélicas harpías;

luchamos con denuedo varios días 

y al fin las conseguimos derrotar.


Tan pronto regresamos al hogar

curé al Dragón la herida en las encías

y aún estando justo de energías

llevé la flor corriendo hasta el altar.


— Princesa, esta es la flor que me pediste.

— Muy bien, gracias a ti ya no estoy triste,

mas tengo para ti una nueva gesta:


te vas a la montaña más oscura,

a aquella, la que tiene más altura,

y clavas mi estandarte en esa cresta.



De nuevo recogí a mi compañero

y fuimos hasta aquel lugar sombrío,

luchando contra el viento y contra el frío

del gélido y arisco mes de enero.


Llegamos al final de aquel sendero

venciendo en este nuevo desafío;

me dijo allí el dragón: — amigo mío,

me temo que su amor no es verdadero.


Volví sin hacer caso a su advertencia

así que, tras hacer mi reverencia 

me dijo la princesa: —lo sabía;


te queda superar la última prueba, 

consigue de la bruja de la cueva

un filtro que me dé sabiduría. 



La bruja era una chica muy sonriente

y quiso proponerme un acertijo:

— A ti te pertenece, pero — dijo, —

con más razón que tú lo usa la gente.


— Mi nombre — respondí, tranquilamente,

— Es cierto — me expresó con regocijo;

y abrió como una especie de botijo:

— Te pongo un requisito solamente:


no pongo inconveniente en que lo lleves,

pero antes te conmino a que lo pruebes.

Así que tomé un sorbo muy despacio. 


Me dio un pequeño bote de poción,

le di mi gratitud de corazón 

y puse al fin mi rumbo hacia el palacio.


Princesa, ya luché contra el dragón

y hallé la blanca flor que todo cura;

crucé la cordillera más oscura

y obtuve de la bruja la poción.


Bien sabes que sentía la ilusión

de ser aquel que amaras con locura

y al verme sometido a esta tortura

no puedo soslayar la reflexión.


Amar no puede ser una gincana

que mires tan tranquila en tu ventana

sabiéndote de todas la más bella.


La bruja, que me ha dado el bebedizo,

me libra para siempre de tu hechizo:

te dejo en tu balcón, me voy con ella.