jueves, junio 24, 2021

Gracias mil

 Muchas gracias, amiguitos,

por las felicitaciones,

francas manifestaciones.

de cariños infinitos.

Dejo de lado los ritos

y eludo la tradición,

y no quemó en un fogón

ni lo bueno ni lo malo,

lo tomo como un regalo

y aprendo de la lección


Los desengaños gratuitos,

los ases de corazones,

las presuntas intenciones

y los momentos bonitos.

Los silencios y los gritos

el error y la razón.

Lo importante en la cuestión

es que todo el que me roce

sabe, cuando me conoce,

qué soy un santo varón.




martes, junio 22, 2021

Disimulando

 No puedo hacerme a la idea 

de cómo disimular

cuando te vea pasar

enfrascada en tu tarea

Es normal que se me vea

cogiendo moscas al vuelo

quedar con cara de lelo

si tu mirar se me clava,

que se me caiga la baba

y forme un charco en el suelo


lunes, junio 21, 2021

La gota

 La gota que colma el vaso

es una gota inocente

que aparece de repente

a dar el último paso.

No es culpable del fracaso

ni del hartazgo o la nada

de la labor denodada

de tantos miles de gotas

pero al final siempre azotas

a la que abrió la cascada


jueves, junio 17, 2021

Sin frenos

 一No alcanzo a comprenderte. Sabiendo lo que va a ocurrir… ¿no te entran dudas?

    一A ver cómo lo explico. Imagina que vas en tu coche por una carretera cuesta abajo. La inclinación hace que el bólido acelere sin remedio. A lo lejos vislumbras que la carretera acaba en un gigantesco y sólido muro de hormigón, inevitable, impermeable, definitivo. Descubres que no tienes frenos. Da igual que sea una avería o un sabotaje. El caso es que el dispositivo no funciona. Y aunque estuviera intacto, la pendiente y la velocidad harían imposible evitar la colisión. Tomas conciencia de que te vas a hacer mucho daño. Posiblemente no sobrevivas al impacto y, si lo haces, las secuelas serán tales que te marcarán de por vida. Y, en ese momento, con el corazón palpitando a más revoluciones que el motor, piensas que tal vez sea posible atravesar la pared. O que, inesperadamente, en el último instante se abrirá, convirtiéndose en una línea de meta y la sobrepasarás entre vítores y aplausos y ella, en el podio, te esperará para entregarte el ramo de flores que te convertirá en el campeón. Y, en vez de morirte de miedo, aceleras. Pisas tan a fondo que el motor se bloquea y las ruedas patinan desgastando el caucho de sus neumáticos. Pierdes el agarre y te abalanzas hacia el final dando vueltas como una peonza, sonriendo como un imbécil esperanzado en la improbable ofrenda, en el premio al valor, al arrojo, a la imprudencia. Porque, puestos a aplastarse contra la tapia, es mucho mejor si disfrutas el camino, si te ilusiona una fantasía, si te engañas con un desenlace imaginario. Porque, a esas alturas, cada uno de los añicos en los que estás destinado a convertirte será un añico feliz, satisfecho por haberse entregado en cuerpo y alma a un anhelo. Cada átomo en el que te descompongas estará esbozando una sonrisa por haberlo intentado hasta el final soñando atardeceres cogidos de la mano, inventando diálogos desternillantes, idealizando cada reverso tenebroso y desconocido de ella. Cada mota de polvo que difícilmente rememore tu existencia habrá formado parte del más puro y profundo de los sentimientos que se puedan albergar. Y, créeme, puestos a escoger un desenlace, estimula mucho más esta idea que la de acabar en una cama de hospital, con decena de tubos insertándose en tu cuerpo por orificios naturales y artificiales, agarrándote miserablemente a la vida sin que, cada uno de los latidos que te han mantenido en pie hasta ese momento, puedan evitar sonrojarse de vergüenza por haber sido tan insulsos, tan desprovistos de sentido y de valor, sin una musa que inspire cada miserable taquicardia provocada por la intolerancia al esfuerzo en una vida sedentaria y no por el enaltecimiento de la más imponderable ternura.

    一Pero, lo que no entiendo es… ¿por qué?

    一Por amor, imbécil… por amor.


miércoles, junio 16, 2021

Besos y tal

 Dame besos en cadena

sin descansar ni un segundo,

besos que paren el mundo

frenando el reloj de arena.

Méteme besos en vena

para hacer que siga vivo.

Dame besos sin motivo,

sin razón y sin permiso.

Dámelos sin previo aviso,

sin acuse de recibo.


Bésame,

en sobredosis vía oral

en apoteosis bilabial

poción de saliva 

y que así sobreviva

Bésame,

insufla aliento al corazón

que espero atento la lección

definitiva 

sobre lenguas vivas


Dame besos con Loctite,

o con cualquier pegamento,

que no se los lleve el viento

y que nadie me los quite

Bésame en un escondite

o en el centro de la calle

bésame al fondo del valle

o encima de la montaña

Bésame, no seas huraña,

bésame, ten el detalle...


Bésame cuando te muerdo

y cuando te ando al acecho.

Dame besos sin derecho,

y, si acaso, sin izquierdo.

Bésame en algún recuerdo

que no tenga todavía.

Bésame en la noche fría

y en las mañanas ardientes,

y porque en tu boca sientes

que está sola sin la mía.



Ñam

 El corazón con bozal

y ladrillos en la boca,

mi mirada desenfoca

por culpa del lacrimal.

Mi recóndito animal

es mordido por serpientes

y se desgasta los dientes

mordisqueando la reja

que le separa y le aleja

de sus delirios ardientes





jueves, junio 03, 2021

Coulant

 

Mis amigos son la mar de simpáticos. Siempre que nos reunimos el tema de conversación es, exclusivamente, burlarse de mí. Soy el único soltero entre tres matrimonios de larga duración y su tema favorito es el de mis intentos de noviazgo. Siempre me echan en cara lo poco que me duran las parejas. Que, a lo sumo, me acompañan una o dos veces y no vuelven a verlas. Risitas, que si qué les hago, que si qué no les hago… Me acusan de ser un seductor empedernido y de tener más interés en la conquista que en la relación. Y, según ellos, mi modus operandi es atraer a las candidatas con las fotos de los platos que subo a Facebook o a Instagram. Lo que viene siendo conocido como gastrosexual. Aparte de mi afición por la pintura al óleo en la que soy un mero principiante, es cierto que me encanta la cocina y que, en los últimos años, mi desempeño culinario ha mejorado ostensiblemente. Y sí, también es cierto que, con cierta regularidad, alguna de las chicas que tengo como contacto acaba por comentar “a ver si me invitas un día”.

Y, por supuesto, las invito. ¿Cómo negarme? Para mí es un placer tener para quien cocinar y, si además es mujer y atractiva, mucho mejor. Selecciono cuidadosamente el menú. Me aseguro de que la invitada no tenga alergias ni intolerancias alimentarias e indago acerca de sus gustos. Procuro maridar los platos en base a sus características organolépticas pero, también, a las preferencias de la comensal.

Por mi parte, si tengo la oportunidad de elegir, prefiero cenas a almuerzos, aunque no tengo inconveniente en adaptarme si es necesario. Pero es que prefiero dedicar la mañana a hacer la compra pausadamente, elegir con mimo los ingredientes y dedicar luego la tarde a cocinar con esmero. Sea como sea, intento siempre dejar la preparación de alguno de los platos para cuando ya haya llegado la invitada. Da muy buena imagen mostrar las habilidades culinarias en directo y disipa la sospecha de que los platos hayan sido adquiridos ya preparados o de que incluso me los hayan cocinado por encargo. Además, es una forma de romper el protocolo y de compartir una copa y algún aperitivo.

Hoy, por ejemplo, ceno con Leiny. Leiny es una atractiva cocinera venezolana que lleva varios años viviendo en España. Aplaudió vehementemente la vez que subí una foto de arepas a Facebook y se interesó acerca de cómo había aprendido a hacerlas. Le expliqué cómo las conocí en la época en que trabajé en Tenerife y cómo las compañeras de trabajo me habían dado la receta. Nunca conseguí hacerlas tan ricas como las del Punto Criollo en La Laguna, pero resultaban muy satisfactorias. Finalmente, Leiny se mostró muy interesada en probarlas y le prometí preparar unas de Reina Pepiada y otras de Rompe Colchón. Y, de postre, le propuse mi especialidad, coulant de chocolate negro con galletas con interior líquido de ruibarbos y vino tinto. Una delicia. Aceptó y fijamos la fecha de la cena para esta noche.

He pasado la tarde preparando la masa de harina de maíz precocida con agua, leche y sal, y asando una pechuga de pollo a fuego lento en el horno. He puesto a macerar unos gambones y calamares, mejillones y pulpo con jengibre, cilandro y lima. La idea es cocinarlos suavemente cuando Leiny esté aquí, aliñarlos con una vinagreta y rellenar las arepas rompe colchón. Para la reina pepiada solo tengo que deshilachar la pechuga de pollo y mezclarla con mayonesa y aguacate. Finalmente he preparado el postre y lo he dejado listo para meterlo en el horno en el último momento.

Leiny ha llegado algo antes de lo previsto. Viene sencilla pero espectacular. Ha escogido unos ajustados vaqueros y un top negro que deja al aire su vientre plano y su precioso ombligo. Pero lo más increíble es su perenne sonrisa, que deja hoyuelos como paréntesis a ambos lados de su boca. Tiene un divertido acento, familiar para los que nos hemos curtido viendo telenovelas. Y, sobre todo, muestra ser una mujer con la cabeza bien amueblada. Simpática, pero marcando las distancias. Cercana, pero expectante.

Le preparo una michelada escarchando el borde de la copa con una mezcla de chiles molidos y sal. Le ha sorprendido gratamente y muestra curiosidad por saber de dónde viene mi afición por la cocina. Le explico que provengo de una familia en la que todos cocinan y que, además, me aplico porque me gusta comer bien. Ella comenta que, aunque le gusta su profesión, siente mucha pereza para guisar en casa y que, salvo en el caso de los profesionales, ha conocido a pocos hombres que muestren dotes para la gastronomía. Cuando le digo que no soy un hombre común se ríe y me sujeta el antebrazo. Ha roto la barrera física. Eso tiene ella que comprobarlo, me dice. Le hago ver que me muestro voluntario para sus investigaciones si desea hacerlas y me sonríe de nuevo ampliamente, como calibrándome.

Frío las arepas hasta que están doradas y las dejo escurrir el aceite en papel absorbente. Mientras, sofrío los mariscos a fuego lento y mezclo el pollo deshilachado con mayonesa casera y un aguacate en su punto. Leiny me va explicando que vino a España hace diez años con su hijo, el cual ya vive independiente en Asturias, y que durante este tiempo ha trabajado en varios restaurantes de la comarca.

Charlamos animadamente a lo largo de la cena. Las arepas le resultan deliciosas e incluso repite ración. Me cuenta que hace un año que rompió con su última pareja y que desde entonces ha decidido darse un respiro sentimental. Bromea diciendo que, pasado ese año, ya se encuentra suficientemente oxigenada

Introduzco el coulant en el horno. Son sólo doce minutos, durante los cuales Leiny me pregunta por los ingredientes que lleva el postre. Se los recito, salvo un ingrediente secreto que jamás voy a revelar y que potencia el dulzor. Siente curiosidad e insiste. Incluso pone cara de hacer pucheros. Le digo que tal vez algún día se lo descubra. Sirvo los coulant. Ella lo prueba y le fascina. Le doy las gracias. Me excuso un momento y voy al baño. Cuando regreso, el plato de Leiny está vacío, pero ella no está sentada a la mesa. Encuentro el top tirado en el salón. Unos pasos más allá, al inicio de la escalera, el sujetador. En la escalera paso junto a sus tacones y en la puerta de mi dormitorio hallo sus vaqueros. La encuentro desnuda, en mi cama y me dice que ella también había preparado un postre para mí. Hacemos el amor apasionadamente y caemos rendidos. Unos minutos después, le digo que me duele enormemente la cabeza y que al día siguiente debo madrugar, por lo que sería buena idea no pasar la noche juntos para no despertarla temprano. No obstante, me cito con ella para ir a su apartamento pasado mañana por la tarde. Nos despedimos besándonos apasionadamente y se marcha. Salgo corriendo al baño y me meto los dedos para vomitar. Me lavo los dientes varias veces. No creo haber absorbido nada del ingrediente secreto. El etilenglicol, inodoro y dulzón, presenta los primeros síntomas entre los treinta minutos y las doce horas de la ingesta pero, a menudo, se confunden con una borrachera. Pasadas treinta horas del envenenamiento aparecen taquicardia y acidosis metabólica y, si no se trata, sobreviene la muerte. Realmente, habiendo pasado tantas horas, es difícil saber dónde puede haber ingerido el veneno. Y aunque me investiguen y venga la policía, no encontrarán restos en mi casa, ni facturas de haberlo comprado. Diré que cenamos, que me encontré mal y que se marchó. Lo siento por mis amigos, a Leiny ni siquiera llegarán a conocerla. Por cierto, tengo que llamar a Paco. He de pedirle un poco del líquido ese que utiliza para fabricar anticongelante casero y que a mí me viene bien como disolvente para mis pinturas. Pero eso será mañana, tengo un sueño que me caigo. Buenas noches.