En los albores del siglo XX, cuando en Brasil se empezaron a fusionar ritmos tribales africanos y la samba comenzaba a ser símbolo cultural brasileño, un joven monje del Mosteiro Trapista Nossa Senhora da Boa Vista, llamado Paulo Ratti Filho quedó hipnotizado por los ritmos y el baile que comenzaba a extenderse en el pueblo. Consumado bailarín, Paulo frecuentaba los sambódromos asombrando por su destreza.
Sin embargo, la Orden Cisterciense de la Trapa vio con malos ojos que uno de sus monjes se entregara a una actividad frívola como el baile popular e inició el proceso de expulsión de Paulo. La Conferencia Episcopal Brasileña se planteó excomulgarle por realizar actividades pecaminosas.
Próximo a verse expulsado, Paulo suplicó la intercesión a Pío XI que, casualmente, era tío suyo, hermano de su padre, inmigrante italiano en Minas Gerais.
Tras un largo proceso, finalmente, en aras del derecho canónico, Paulo llegó a un acuerdo con las autoridades eclesiásticas. El clero consideraba indecoroso el trepidante ritmo de la samba y no consentían que un religioso se mostrara en público de semejante manera, pero aceptaron que pudiera bailar sólo si lo hacía a un ritmo mucho más lento del habitual. Por fin, el 14 de febrero de 1925, en la ciudad de Porto Alegre, Paulo pudo volver a su mayor afición. Por su particular modo de bailar, recibió un apodo que aún hoy se recuerda y se celebra la efeméride de ese día con su sobrenombre. Por eso, desde entonces, cada catorce de febrero celebramos el día de Samba Lentín