El silencio que me aterra
Adorada dama de mis deseos,
siendo tu resignado penitente,
déjame peregrinar por el puente
que me conduce hasta tus titubeos.
No tengo interés por los cuchicheos,
siento indiferencia por tu pariente,
me da lo mismo veintidós que veinte,
cada vez que, ante tu risa, flaqueo.
Y la amistad ya no es de nuestra talla,
estamos donde de nadie es la tierra
cada cual va librando su batalla
pero siento que perdemos la guerra,
sobre todo cuando tus labios callan
el silencio de un adiós que me aterra.
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