Receta
Se coge un orbe fresco, en buen estado.
Se adoba con el sol de la mañana.
Se exprime con la fuerza sobrehumana
de aquel que viene roto del pasado.
Se limpia, con muchísimo cuidado,
de insectos impregnados de desgana,
Se hierve en la salmuera cotidiana
mirando que no merme demasiado.
Se corta bruscamente la cocción.
Se añaden unas gotas de ilusión.
Se deja reposar por un segundo.
Se adorna con rarezas de poeta
y queda una magnífica receta
si quiere, alguna vez, comerse el mundo.

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