El amor, capítulo 326
Y siempre, con el tiempo, hay un detalle,
un mínimo zarpazo en los cimientos,
un cruce lene e ingrávido de alientos
un tenue parpadeo en plena calle.
Un rizo, una clavícula o un talle,
un giro de elegantes movimientos,
razones, innegables argumentos,
que hostigan al amor para que estalle.
Y estalla, nos inunda con su magia,
detiene de inmediato la hemorragia
y embriaga al más pintado con su euforia.
Después, nos vuelve adictos a endorfinas,
nos deja cadavéricos y en ruinas
pero eso, amigo mío, es otra historia.

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