Duelo al amanecer
La onírica escasez de la oropéndola
en boca del lamento iridiscente
lamía las pestañas de la carne
con labios de cianuro nacarado.
Dormías bajo el manto pisciforme
un sueño cadavérico y fugaz
y yo, junto a tu aliento inmarcesible,
sentía la turgencia de mis dídimos.
Si alguno de entre el público se atreve,
dé un paso y me traduzca este esperpento.
Prometo no tomarme represalias.
Que todo se dirima con los sables
si, en aras del clamor de lo antedicho,
osaran darme el nombre de poeta.

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