jueves, septiembre 26, 2024

Los atascos

 El silbido de la cafetera sacó a Anselmo de sus ensoñaciones. Llevaba horas despierto, pensando lo fácil que había sido deshacerse de su amante sin que Matilde advirtiera el asesinato ni, peor aún, la infidelidad. 

Desplomado en su asiento, se ensimismó con las volutas que formaba el humo del cigarro.

Recordó su última discusión. A la mañana siguiente de lanzarse mutuamente la vajilla, encontró una carta de despedida en la que desplegaba un laberinto de razones y motivos. Planeaba dejarlo y él fue feliz durante unas horas hasta que, arrepentida, regresó para darle una última oportunidad. 

Anselmo conservó la carta. Era la justificación perfecta para la ausencia repentina de su mujer. 

Durante meses fue acumulando botellas de ácido clorhídrico para desatascar tuberías. Incluso provocó atascos y llamó a fontaneros que pudieran justificar posteriormente esas compras.

Sólo tenía que matarla y disolver sus restos en la bañera hasta que se fueran por el desagüe. 

Llenó la tina con el desatascador. Esperaría a que Matilde llegara del trabajo. Por desgracia, resbaló con las gotas de orina que siempre caían al suelo (por las que tanto discutía con su esposa) y cayó de bruces sumergiéndose en el ácido para siempre.