En sí mismos.
No sangro si me lanzan alfileres
diciéndome lo poco que me mezclo,
vencido a la vorágine de un mundo
pletórico de haber enloquecido.
No tiemblo, ni siquiera parpadeo
ni salta alguna sístole sin cita
por una subsistencia solitaria,
ajena a los bullicios programados.
Ajena a las miradas timoratas
que evitan ir al baile con mis ojos,
en una insustancial coreografía
de voces que se escuchan por costumbre.
Me quedo en mi castillo sin barrotes
ni fosos con hambrientos cocodrilos,
dejando sin temor la puerta abierta,
en vez de incrementar la procesión
de cuerpos que, aunque salen a la calle,
perviven encerrados en sí mismos.
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