Terapia de grupo
— Bienvenidos al grupo de terapia. Hoy recibimos a un nuevo miembro. Por favor. Torcuato, ¿puedes presentarte?
La terapeuta era una chica exuberante y voluptuosa. Con una extensa formación académica pero, quizá, con un físico poco apropiado para un grupo de adictos al sexo.
— Hola, soy Torcuato y no llevo calzoncillos.
Los demás miembros del grupo murmuraron
— Tiene que decir que es adicto al sexo. — le interpeló un sujeto malencarado.
— Yo digo lo que me sale de los cojones. — replicó Torcuato.
— Señorita, los actos tienen consecuencias. El aleteo de una mariposa en Australia puede provocar un maremoto en Austria. — dijo el repipi de las gafas.
— Paraguay no tiene costa, imbécil. — dijo el malencarado.
— ¡Por favor, mantengan la calma!
La terapeuta intentó alzar su voz por encima del tumulto, sin éxito.
— ¡A mí no me llames imbécil, palurdo! — respondió el repipi.
— Te voy a decir yo quién es un palurdo.
El malencarado se levantó como un resorte abalanzándose sobre su interlocutor. Torcuato alargó la pierna, disimulando, y le puso una zancadilla. El tipo acabó por tropezar, cayendo sobre la terapeuta y alojando la nariz sobre sus pechos.
— Socorro — gritó.
— ¡Qué bien me lo voy a pasar en este grupo!
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