La boda
Había jurado que se casaría y que no intentaría ningún truco. En el fondo amaba a aquella mujer, casi tanto como a su propia libertad, y estaba convencido de que merecía la pena. Incluso estaba dispuesto a aceptar el casamiento tradicional por la iglesia, a pesar ser un ateo recalcitrante.
La noche anterior no pudo dormir por los nervios, pero a la mañana siguiente estaba ilusionado y saludando efusivamente a todos los invitados mientras esperaba a la novia.
Cuando el coche nupcial enfilaba la avenida, corrió al altar a esperarla.
Al verla recorrer el pasillo se emocionó.
El sacerdote comenzó con la ceremonia. Intentó no distraerse, pero el zumbido de una abeja, atraída por las flores del ramo le hizo perder el hilo. La abeja les sobrevoló y al pasar junto a su nariz, de forma refleja le lanzó un manotazo. El insecto, sintiéndose amenazado, le clavó su aguijón en el cuello.
—¿... en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza?
Sintió todas las miradas clavadas en él. Intentó articular palabra, pero sus cuerdas vocales se habían hinchado impidiendo la entrada y salida de aire. Se desplomó en el suelo. La novia se abalanzó sobre él, golpeándole.
—Te dije que nada de trucos, malnacido.
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