El secuestro
Solo penetraba luz por una pequeña rendija de la madera, y conseguía sombrear parte de su silueta. El silo tendría dos metros de largo por uno de ancho. Un trozo de goma espuma hacía de lecho y no quedaba agua en la botella de plástico que le habían dejado. También se había comido las cuatro latas de atún que encontró en su agujero.
Repasó las personas que podían haberle secuestrado. Había representado como abogado de oficio a decenas de delincuentes que eran carne de cañón por muy buena defensa que hubieran tenido. Recordó a un toxicómano detenido por robo que juró matarle por ahorrarle la cárcel a cambio de ir a un centro de desintoxicación.
Era impensable que aquel malnacido tuviera medios para el rapto y su ocultación por varios días.
Oyó voces. La portezuela de madera se abrió bruscamente, le agarraron entre tres encapuchados y, pese al forcejeo, le amputaron el dedo anular de la mano derecha. Se desmayó.
Al despertar volvió a oír voces, pero familiares. Se abrió la portezuela y la luz le cegó momentáneamente. Distinguió dos siluetas, la de su esposa y la de su socio. Ella le apuntó con un revolver.
- No es nada personal, cariño. Simplemente ya no te quiero y eres un estorbo para nosotros. Gracias por la prueba de vida
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