¡Cuac!
Cuac
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Bienvenidos
a mi consultorio. Yo soy Madame Porcule. – se presentó la vidente dibujando una
amplia sonrisa en su rostro
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Buenas
tardes. Yo soy Patty y él es Roberto. ¿Somos los primeros en llegar?
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Sois
una pareja encantadora. Me da mucho gusto recibiros. Y no, ya estamos todos.
Venid conmigo – e, indicando, ceremoniosa, una puerta, les hizo pasar a una
acogedora salita. – Pasad, sentaos en las dos sillas libres que están juntas,
yo me quedo con la otra
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Buenas
tardes – dijeron los recién llegados al sentarse
-
Buenas
tardes – respondieron a coro las tres personas que ya estaban sentadas
alrededor de una mesa redonda.
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Si
les parece, podemos hacer una ronda de presentaciones para que todos nos
conozcamos un poco antes de empezar, y ya después iniciamos la sesión
Todos se miraron de reojo sin tomar ninguna iniciativa, por
lo que la médium se dirigió a un desgarbado hombrecillo que se sentaba a la
izquierda de Roberto
-
Empiece
usted, si no tiene inconveniente.
-
Me
llamo Ernesto Beas de Segura y Pérez de Tudela. Soy el director financiero de Burger
King España – explicó con cierta petulancia mientras revisaba la pulcritud de
su traje. – Recientemente enviudé y solamente mi difunta conocía la combinación
de la caja fuerte de nuestra villa. Dentro hay unos documentos esenciales que
necesito recuperar.
-
Comprendo
– dijo Madame Porcule. – ¿Qué me dice de usted? – preguntó a la señora que
ocupaba el lugar entre el hombrecillo y ella.
-
Mi
nombre es Engracia y me dedico al servicio doméstico. He estado cuidando de mi
madre hasta su fallecimiento y siento una culpa enorme por no haber sido la
hija que ella deseaba. Necesito saber que ella está bien y que me perdona –
sollozó mientras se enjugaba las lágrimas con un pañuelo extraído del sujetador
-
Muy
bien, Engracia, intentaremos sacarla de su problema. – y, mirando a su
izquierda, se dirigió a una masculina señorita con un ajustado vestido de licra
– Bien, bien, y ¿a quién tenemos por aquí?
-
Soy
Daniela. Aunque anteriormente era Daniel. Mi padre me retiró el habla por
implantarme el pecho y nunca me atreví a operarme completa. Ahora que ha
muerto, siento que no puedo hacerlo sin obtener su permiso – dijo con una voz
que bien podía haber doblado a Clint Eastwood en El Sargento de Hierro
-
Muy
bien, querida. Seguro que lo consigues. Solo faltáis vosotros, linda pareja.
Las damas primero, por favor.
-
Me
llaman Patty, por Patricia. Soy técnico en informática y la novia de Roberto.
Echo mucho de menos a mi abuela Dolores y me gustaría saber si está bien. Y de
paso, si me da la receta de su pisto mucho mejor.
-
Bueno,
querida, me temo que una receta es algo demasiado extenso para una ouija. Pero nos aseguraremos de que está
bien. Y tú debes ser Roberto, obviamente. – inquirió al barbudo joven que
acompañaba a Patty
-
Eso
es. Soy Roberto, y soy el presidente de la Asociación Vegana Española. Bueno,
los dos somos veganos y mi motivo para estar aquí era probar ese famoso pisto
que, me temo, no voy a catar
-
Pues
eso del AVE no suena muy vegano… - dijo el financiero con retintín
-
Cargarse
el planeta con la ganadería intensiva no suena muy humano – respondió secamente
el joven.
Antes de que Ernesto pudiera responder, la nigromante cortó
el conato de discusión
-
¡¡¡¡¡Silencio!!!!!
Todos quedaron petrificados por el súbito
y severo grito de Madame Porcule. Y de nuevo sonriente prosiguió:
-
Bien.
Pongamos todos los índices de la mano derecha sobre el vaso. Espero que a
ninguno se le ocurra empujarlo deliberadamente o me veré obligada a invocar a
algún íncubo bisexual que le acompañe de por vida.
Encendió varias velas del candelabro que
colgaba sobre sus cabezas y dando dos palmadas se apagaron las luces de la
estancia
-
Comencemos.
– dijo, solemne. - ¡Oh, espíritus errantes de la noche, ánimas vagabundas e
irredentas, venid a nosotros y conducidnos a nuestros seres queridos, sed el
eco de nuestros anhelos en la oscuridad infinita de las tinieblas! ¡¡¡Venid a
nos…!!!
De repente, el vaso se desplazó violentamente hacia la letra
C, arrastrando consigo el amasijo de índices y los miembros a los que estaban
sujetos. De allí zigzagueó hacia la U, la A y, finalmente, la C.
-
¿Cuac?
– dijo Daniela Eastwood, perpleja
-
¡Oh,
Dios mío! – Patty palideció aterrada cubriendo su rostro con las manos. - ¡No
puede ser!
-
¿Qué
dices, Patty? – interrogó, Roberto, perplejo.
-
¡Puedo
explicarlo, te lo juro! – respondió Patty, echándose a llorar
-
La
comehierba le ha puesto los cuernos
con el pato Donald. – se burló el hombrecillo.
-
Este
espíritu no es humano. – dijo Madame Porcule, alargando las sílabas en tono
misterioso
-
¡¡Sabía
que no debía hacerlo!! ¡¡Perdóname, por favor, Roberto!! – suplicó Patty
-
Pero…
¿se puede saber qué demonios tengo que perdonarte? – gritó Roberto a punto de
perder la paciencia
Una inexplicable ráfaga de aire helado apagó las velas
-
¡Sus
muertos! – gritó Engracia
-
¡¡Encienda
las luces, hija de puta!! – bramó enfurecido el hamburguesero.
Sonaron dos palmadas y se hizo la luz
-
Vamos
a dejar a los muertos al margen por un momento, Engracia. – corrigió la
vidente, y, dirigiéndose a Patty, preguntó – A ver, alma de cántaro. ¿Se puede
saber qué es lo que has hecho?
Patty tardó unos minutos en recuperarse, en medio de la
impaciencia de Roberto, de los reproches del trajeado directivo y la mediación
de la espiritista. Finalmente, entre sollozos, se recompuso y, asiendo las
manos de su novio, dio la ansiada explicación.
-
¿Recuerdas
que el viernes salí con las chicas? – Roberto asintió – Ya sabes que ellas
siempre se burlan de nosotros por ser veganos. Habíamos tomado varias cervezas
antes de la cena y empezaron con las bromas.
Se detuvo unos instantes a sollozar y prosiguió, ante la
atenta mirada de los cuatro espectadores.
-
El
caso es que se empeñaron en ir a un asador y no había platos estrictamente
veganos. Hasta las ensaladas llevaban huevo o atún y pusieron pegas a preparar
una solo con verdura. Y entre bromas terminé por pedirme un magret de pato… ¡¡y estaba delicioso!!!
-
¡¡¡No
me lo puedo creer!!! – exclamó Roberto, echándose las manos a la cabeza
Patty rompió a llorar de nuevo estruendosamente. Engracia se
levantó de su asiento y fue hasta ella a abrazarla.
-
No
llores, mujer. No tienes que sentirte culpable por que te guste la carne. – y,
dirigiéndose a Roberto, gritó - ¿Qué pasa, que eres de los que controla hasta
lo que come?
-
Señora,
yo no controlo nada. Ella decide libremente su alimentación y sabe
perfectamente lo perjudicial que es para la vida en el planeta la dieta
cárnica. – se defendió el novio
-
Yo
lo sé… ¡¡¡Pero la carne está muy buenaaaaa!!!! – gritó Patty a lágrima viva
Daniela se puso en pie. A simple vista, sentada, no se
apreciaba su musculatura ni su metro ochenta y cinco. Se aproximó a Roberto
-
Mira,
imbécil. Como yo me entere de que impides que coma carne cuando le apetezca, te
meto un calabacín por el culo hasta que me pidas otro
-
Pero
¿a qué viene esto? ¡Si yo no la he obligado a nada!
-
Tiene
razón. Él no me obliga. Realmente yo me siento concienciada con el consumo
vegetal. Lo que pasa es que a veces tengo tentaciones y, por no decepcionarle,
me privo. Él no tiene la culpa.
-
Espero,
Madame, que no tenga la desvergüenza de cobrarme por este esperpento de sesión.
Yo necesito saber la combinación de mi caja fuerte y no presenciar una ridícula
pelea de herbívoros enamorados
Daniela de volvió con fiereza hacia Ernesto, el cual, tras
dar un respingo en su asiento, sacó la cartera y extrajo cincuenta euros, que
deslizó por la mesa hacia Madame Porcule
-
Tome,
tome…
-
Cariño,
no pasa nada, de verdad. Yo creo que esto lo podemos hablar en casa… - intentó
conciliar Roberto
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Sí,
por favor. Me siento avergonzada. ¡Valiente espectáculo he dado!
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Olvídalo,
cariño. Son cosas que nos pueden pasar a todos – y, hablando para todos, invitó
- ¿Les parece que continuemos la sesión, ahora que estamos todos más
tranquilos?
Todos afirmaron con la cabeza. Volvieron a colocar sus
índices sobre el vaso y, tras el ritual de encendido de velas y apagado de
luces por bulerías, Madame Porcule repitió la invocación
-
-
¡Oh, espíritus errantes de la noche, ánimas vagabundas e irredentas, venid a
nosotros y conducidnos a nuestros seres quer…
De nuevo, el vaso arrastró los dedos de los asistentes, esta
vez hacia la O. De ahí se deslizó hacia la I, luego hacia la N y finalmente
hacia la K, para detenerse.
-
¿Oink?
– preguntó Daniela en voz alta
-
¡¡Oh,
no!! – exclamó Roberto