- Anda, sal de debajo de la cama, no seas terco.
El anciano, que por fin había conseguido dar una cabezada, volvió en sí sobresaltado, dando un cabezazo en el destartalado somier. Esto provocó una oleada en la superficie del colchón que tambaleó a su compañera de cuarto.
- ¿Te has propuesto tirarme de la cama? - protestó ella.
- Ya te he dicho que estoy bien aquí. No pienso moverme un ápice de lo pactado - replicó, intentando desengancharse la mata cana de pelo de los muelles de hierro.
- Te has vuelto un viejo tozudo y obstinado. Si pudiera levantarme yo sola de la cama te sacaba a rastras de ahí abajo. !Cabezota!
- ZZZZZZZZZZZ - fingió.
La mujer echó los pies fuera de la cama, e intentó en vano incorporarse. Gruñó y maldijo por su incapacidad, mientras intentaba alzar el tronco empujándose hacia arriba con una manos que clavaban las uñas en el colchón. Gritó del esfuerzo.
- ¿A dónde te crees que vas, vieja loca? - recriminó el anciano intentando arrastrarse fuera de la cama
- Voy a ponerme en pie y a sacarte tirando de esos cuatro pelos que te amarras en la nuca. Tu no sabes las armas que puedo emplear - y, haciendo una pausa, recordó conversaciones pasadas en las que había usado la misma expresión, lo cual le hizo soltar una carcajada - ¡Ja, ja, ja! Recuerdo cuando tenía unas esposas... -
- Llevas treinta años amenazando con lo mismo - dijo el viejo poniéndose por fin el pie; se alisó el pijama, respiró hondo para recuperar el resuello y añadió - Y hace treinta años hubiera dado sesenta de mi vida porque me las pusieras. Ahora ya no asustas a nadie.
- Prometiste que estarías aquí para ayudarme a salir de la cama - repicó ella, dándose por vencida.
- Y aquí estoy, mujeeeeeeeer, aquí estoy
Con inesperada delicadeza para lo que podía esperarse de sus mermadas fuerzas, el anciano ayudó a su compañera de cuarto, primero a sentarse sobre la cama y luego a ponerse en pie. Ella caminó torpemente, sosteniéndose en el brazo de su acompañante, hasta alcanzar el excusado. El viejo cerró los ojos forzadamente para ayudarla a bajarse las bragas y la sostuvo cuando se sentó en la taza.
- ¡Vete fuera!, ¿o es que vas a quedarte ahí parado mirando como orino? - le increpó.
- Tranquila, no llevo puestas las gafas
El anciano salió y entrecerró la puerta tras de sí. Sin embargo se giró y escudriñó, de reojo, el reflejo que el espejo brindaba en la rendija que quedaba abierta.
- Pues bien que me espías por el espejo, sátiro - dijo la anciana con sorna
- Bah, bobadas, para lo que hay que ver - respondió, azorado por saberse descubierto.
El agua de la cisterna le avisó que ella había terminado. Volvió a forzar párpado sobre párpado y entró exageradamente a tientas en al habitáculo. Tirando de ella por debajo de las axilas, la ayudó a ponerse en pie, y luego se agachó para alzarle de nuevo la ropa interior. Volvieron a caminar lentamente hacia la cama.
- "Cuando envejezca voy a ser una viejecita ágil", decías. Valiente agilidad... - masculló el anciano entre dientes, cansado por el esfuerzo.
- Deja de quejarte de una vez. ¿Se puede saber entonces por qué estas aquí, viejo chocho?.
El anciano la acomodó en la cama y la miró fijamente unos instantes. Luego respondió.
- Estoy porque es donde siempre he querido estar.
Y dicho esto, de nuevo se introdujo debajo de la cama.
- No seas cabezota, súbete aquí arriba, hombreeeeeeeee - ofreció ella.
- No, aún no sabes cual es tu lado de la cama, así que el mío está aquí abajo.
- Pues que te cunda
- Pues buenas noches