El último trabajo
— Ésta es la contraseña del WiFi. No tenemos aire acondicionado, pero le dejo encendido el radiador, que esta noche va a haber tormenta. ¿Alguna duda, caballero?
El botones aguardó unos instantes y ante el gesto negativo del huésped, se marchó.
El forastero abrió su maletín y extrajo un documento. Tras leerlo, observó detenidamente una fotografía. Cargó su arma y montó el silenciador. La ocultó en su abrigo.
Cenó en la habitación, un sándwich y agua mineral que pidió al recepcionista. Mientras masticaba se miró al espejo. Un último trabajo antes de dejarlo.
Era un pueblo pequeño. Salvo los cuatro de la taberna, las calles estaban desiertas bien entrada la noche.
No le costó encontrar la vivienda. Esperó a que la única luz de la casa se apagara y forzó la cerradura abriendo la boca intensamente.
Era raro bostezar antes de matar a alguien, tal vez se había acostumbrado demasiado. Entró en la casa con sigilo, volvió a bostezar, dio otro paso y se desplomó.
— ¿Pensaste que ibas a registrarte en el hotel de este pueblucho sin que me enterara? —dijo el anfitrión acariciándose los labios con el pulgar
— Claro que no. Por eso impregné mis manos del veneno con el que te has llenado los dedos al esposarme.
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