jueves, febrero 03, 2022

La Membrana



El valor de una herramienta no podía depender de la maldad de la mano que la empuñara. Tras toda una vida de investigación, de éxitos prudentes y de estrepitosos fracasos, de cal viva y cálida arena de playa, no podía permitir que su invento, destinado a abrir un mundo nuevo al ser humano, fuera vilipendiado por los ecologistas ante el potencial uso negativo con el que pudiera emplearse. Como culpar a Cristóbal Colon de lo negativo que pudiera tener el descubrimiento de América.

Desde su tesis doctoral como ingeniero biomédico en la Universidad Alfonso X, El Sabio, en la que ya fantaseaba con la posibilidad de diseñar prótesis que realizaran el intercambio de gases bajo el agua de manera inversa, una especie de branquia artificial, hasta su creación, una fina membrana de zeolita que permitía la respiración submarina, bastando operar sencillamente para implantarlas en ambos orificios nasales, habían transcurrido años de esfuerzo y dedicación que, ahora, dejaban de tener validez por la miserable condición del ser humano.

La idea de que los océanos fueran conquistados por el hombre, para, inmisericordemente, acabar con los últimos ecosistemas sanos del planeta, era una espada que no dejaba de oscilar sobre su cabeza.