La herida
La herida era suficientemente profunda como para admitir
varios puntos de sutura. Iba a quedar una cicatriz visible en el pómulo. Un garabato en su rostro, la firma
indeleble de la violenta escarapela
con la que culminaba el año. Del forcejeo, rodando por el suelo, con una madre
borracha y desequilibrada que pasada la medianoche
ahogaba su frustración con su hermana pequeña, que en su inocente culpabilidad
por no haber sido deseada, por haber desencadenado el abandono paternal, se
acurrucaba en el suelo en un ovillo soportando los golpes y los gritos. Hay
mujeres que deberían ser cosidas por abajo.
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