La sandwichera
Una hormiga juguetona exploraba inquieta aquel dedo inerte, de aquella mano cubierta de fango y sangre, de aquel cuerpo yacente. A unos metros el muchacho, sentado sobre una piedra, se balanceaba nervioso abrazando con fuerza la sandwichera que comprara minutos antes y murmurando una insistente letanía.
El sabía que algo no funcionaba bien en su cabeza. Lo había sabido siempre. Y lo habría sabido igualmente por si mismo, sin necesidad de que continuamente se lo recordara todo el mundo.
Como aquel cretino de Julio Perea, del que había tenido que soportar burlas desde el colegio, mucho antes de que murieran sus padres y de que la administración pública se excusara en la falta de medios para no hacerse cargo de el. Años de bromas pesadas por vivir en una choza de madera y chapa, por la ropa agujereada, por su falta de luces...
Pero el las tenía a veces. Se le encendían subitamente aunque nadie las viera. Eso fue justamente lo que ocurrió con el cartel publicitario de la carretera. Siempre le fascinó el reclamo de aquellos almacenes y en esta ocasión, el producto estaba a su alcance: "Sandwichera 4,45 €"
Era su oportunidad para demostrar al mundo que también podía tener buenas ideas, así que, tras insistir al guardia de seguridad en que le dejara entrar y mostrarle las monedas en la palma de la mano, asegurándole que no iba a robar nada, consiguió salir de los almacenes con su sandwichera en una bolsa de plástico y una enorme sonrisa en la cara.
Fue entonces cuando se cruzó con Julio Perea volviendo por el camino viejo.
- ¡Eh, imbécil! ¿Qué llevas en esa bolsa?
El no había querido detenerse, ni contestar. Pero la tentación de demostrarle que esta vez había triunfado era demasiado grande. Mostró la bolsa, alzando el brazo y bajándolo de nuevo, y rehuyendo la mirada de Perea con sonrisa nerviosa.
- A ver, trae aquí. ¡Guauuuuuuu, una sandwichera...!!!!! - dijo con fingida admiración, mientras el muchacho reía feliz e inquieto, como el niño que recita por primera vez con éxito el abecedario - ¿Y donde piensas enchufarla en tu chabola?¿En tus narices, subnormal? Jajajajjajajajajajaaa.
La carcajada de Perea le heló la sonrisa. No podía ser que una vez más hubiera vuelto a meter la pata. Del mismo modo que no fueron sus manos las que arrebataron la bolsa de plástico a Julio, ni las que balanceándola dieron un golpe seco con el electrodoméstico en la sien de aquel maldito bufón. Tampoco las que arrastraron el cuerpo fuera del camino, ni las que cortaron el cable de la sandwichera para amarrarle las manos, ni las que le pusieron la bolsa de plástico en la cabeza, atada al cuello, impidiendo un último resuello.
En realidad fueron los años de burlas, de menosprecios, de palizas injustificadas, de abandono y de soledad, los que le empujaron para hacer todas esas cosas horribles. Por eso estaba allí, en aquella piedra al atardecer. Por eso se agitaba adelante y atras compulsivamente, abrazando aquel artilugio con la mirada perdida, murmurando el reclamo publicitario que retumbaba en su cerebro y hacía que su cabeza estuviera a punto de estallar:
- Yo no soy tonto, yo no soy tonto, yo no soy tonto...