lunes, mayo 14, 2007

Nacho es mi tampón

Y no es que sea absorbente, que no lo se. Un tampón químico o "buffer" es una solución necesaria para estabilizar el pH en sistemas químicos. Sin ellos, no serían posibles determinadas reacciones.

Yo conocí a Nacho Moreno en julio de 1991, en Tenerife. Aquel muchacho de voz aterciopelada y dedos vertiginosos, interpretaba canciones de Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Pablo Milanés con una soltura natural, mientras yo pedía a Lalo una fregona para recoger las babas. Luego, comenzó a interpretar temas propios, como "Raquel", la joven de pelo Albazano, las andanzas de su equipo de baloncesto juvenil, la vida de una mendiga, y una obra de arte en forma de blues, llamada "Que te den morcilla".

Grabé esas canciones en una cinta magnética y aprendí muchas de ellas. Llevaba poco tiempo tocando la guitarra y recién comenzaba a coquetear con la composición. Pero haber conocido a Nacho orientó definitivamente mi brújula. Fue mi ejemplo a seguir. Se produjo una reacción de la que mi nuevo amigo era elemento indispensable.

Durante años, canté "Que te den morcilla" como si fuera mía. De hecho, habría dado cualquier cosa por haber compuesto esa canción. Y comencé a escribir las mías propias, muchas de ellas influidas por ese estilo. El primer fruto de esa nueva tendencia fue "Pon en tu vida un príncipe celeste", hija legítima de su madre morcillera.

Años más tarde, Nacho produjo la segunda reacción. Me envió un compendio de sus relatos breves, entre los cuales, que no contenían desperdicio alguno, se encontraba el brillante "La invasión aérea de Cádiz". De nuevo me encontraba en los inicios de una tímida afición, la literatura, y por segunda vez, la lectura de los textos de mi amigo me enfocó la miopía literaria que padecía.

Y posiblemente, este fin de semana se haya producido la tercera reacción, aunque aun es prematuro saberlo. Ambos hemos participado en el "VI concurso de cantautores del Pay Pay" en Cádiz. Si yo lo he hecho, ha sido por él, que me insistió tenazmente durante años. Y ha conseguido varias cosas.

La primera, agrandó aun más, si cabe, la admiración que le tenía. Su actuación fue sencillamente portentosa, plena de gracia, descaro, acidez, ironía, talento y tablas. Hubo otros buenos cantautores, que posiblemente destaquen más en determinadas facetas. Sin embargo, ninguno tan completo como él.

La segunda, me dio la oportunidad de remontarme 16 años atrás, al oirle cantar de nuevo mi canción fetiche, interpretada de modo distinto a como yo la conocía, pero sin perder un ápice de su frescura. Si eso fuera poco, tuvo la generosidad de hacer una dedicatoria compartida para su inseparable Luis José y para mi, haciéndonos sentir en ese momento, las personas más orgullosas de la sala.

La tercera, y más emotiva para mi, me hizo subir de nuevo a un escenario, vencer el pánico escénico que padecía, pulir defectos de preparación, tics y, sobre todo, me condujo a disfrutar de lo que estaba haciendo. Cuando me llegó el turno, agarré mi guitarra y me limité a vivir cada instante que estuve ahi arriba, una sensación perdida años atrás por el miedo a no dar la talla, a equivocarme, a decepcionarme de nuevo.

Una manifestación artística, musical, literaria, pictórica, de cualquier índole, tiene dos importantes vertientes. El efecto que provoca en el creador, su satisfacción por poder expresar, y por otro lado, el efecto que provoca en el público. Por eso, mi único deseo para Nacho es que consiga disfrutar con lo que hace en la misma medida de lo que consigue hacer sentir a los demás. Nada desearía más que verlo despedirse una temporada de sus queridas microalgas y triunfar en un escenario. Talento tiene de sobra.

Es por eso que en este momento, armado con un bisturí, me abro el ventriculo izquierdo y extraigo un paquetito para él. No es mucho, el paquete contiene solamente un trozo de papel, en el que se lee una palabra escrita en grandes letras mayúsculas: GRACIAS.